miércoles, 23 de septiembre de 2009

ECODESARROLLO

ECODESARROLLO



La investigación en desarrollo rural debe abrirse a nuevas corrientes
teórico-metodológicas. El pensamiento complejo propone la fusión –para este caso– de las ciencias sociales y las naturales, y así los estudios en desarrollo rural devienen en Ecodesarrollo (ED).

Hasta ahora muchas investigaciones en desarrollo rural son “aplicadas”
en el sector agropecuario (SAP), e ignoran las complejas relaciones entre los seres humanos y el ambiente físico del cual forman parte, en el que los sujetos del desarrollo rural viven, producen, y con el cual mantienen histórica y tradicionalmente relaciones objetivas y subjetivas relevantes y trascendentes.

Al aceptarse el ED como pensamiento complejo, se hace operante a través de los enfoques metodológicos de la transdisciplinariedad –la fusión de diversas disciplinas, como Ecología y Sociología– y la multidimensionalidad.

Con ésta última se reconoce que los acercamientos unívocos a la realidad son sólo parciales, y su intencionalidad es superar ese inconveniente. Desde este enfoque se propone la comprensión e interpretación de –entre otras dualidades–, las conformadas por lo objetivo y lo subjetivo, lo macro y lo micro, lo individual y lo colectivo, lo moderno y lo tradicional, el enfoque de géneros, la estructura y la acción, y el (inseparable) vínculo entre sociedad y naturaleza.


INTRODUCCIÓN


Los estudios del desarrollo, cuando se enfocan al estudio, explicación y transformación de los procesos que ocurren en el sector agropecuario (SAP) se denominan rurales; sin embargo, esta orientación, llevada tradicionalmente por las tendencias disciplinarias propias de la fragmentación y disyunción del conocimiento: –el paradigma de simplicidad, como lo llama Morin (1998)– ha evolucionado sólo parcialmente al ignorar o desatender la base física-ambiental en que ocurren los fenómenos naturales y los procesos sociales en el sector.

En el medio rural son importantes los procesos que los individuos, grupos, organismos e instituciones públicas y privadas establecen entre sí, tanto como las relaciones que se establecen con la base física-ambiental.

Las acciones sociales no se entienden cabalmente si en su interpretación se ignoran las interrelaciones que los actores directos han establecido con la tierra y la naturaleza, con la cual han mantenido históricamente un conjunto de relaciones culturales, tecnológicas, productivas y simbólico-religiosas.

El conjunto de ciencias y disciplinas que se integran en el ED implica la necesidad de repensar su racionalidad intrínseca y el cambio social, ambiental, político, económico, cultural… y las condiciones en que éste se lleva a cabo. El ED es entonces un enfoque transdisciplinario en sí mismo, representativo de la fusión de los conjuntos integrados de ciencias y disciplinas que conforman esta nueva orientación (Gudynas y Evia, 1993).

En esa integración de ciencias y disciplinas son relevantes en igual medida las relacionadas con los ambientes naturales y sociales. En los estudios convencionales en desarrollo rural, debido a las deficiencias de formación profesional –orientada por el paradigma de simplicidad– lo más frecuente es que se aborden sólo o preferentemente las relaciones sociales, dejando de lado o ignorando las que los seres humanos hemos establecido desde siempre con nuestro ambiente natural (Bookchin, 1999) que son determinantes para la cabal comprensión de la actual ruptura y consecuente necesidad de conciliación entre sociedad y naturaleza.

Fue en la década de 1980 que se introdujo en el pensamiento social agrario la concepción sistémica y, hacia fines del Siglo XX el pensamiento complejo, que tiende a explicar las actividades humanas –sobre todo aquellas relacionadas con la agricultura– como producto del conjunto de interrelaciones que establecen los individuos entre sí y con su ambiente físico.

Ahora, con base en el avance que constituyen las aportaciones del pensamiento complejo y la concepción de la coevo lución entre los sistemas naturales y sociales, ya no es válida la fragmentación disciplinaria.
Cuando los estudios en desarrollo se hacen rurales se redefinen como ED, integrando una dimensión ambiental en las investigaciones tradicionales sobre el cambio social en la agricultura y de aportar elementos relevantes para conformar una nueva teoría que se distingue por su reconocimiento de la coevolución social y ecológica; ésto es, por la inseparabilidad de los sistemas sociales y ambientales (Naredo, 1992).

El eje central de este replanteamiento se encuentra en el estudio y en la crítica del marxismo agrario ortodoxo, de cómo entendió tradicionalmente la evolución de las sociedades rurales –particularmente el papel de la producción campesina en el desarrollo del capitalismo en el campo (Kropotkin, 1977)– y las modalidades de relación entre ambos. Con esta base se ha elaborado una interpretación alternativa que integra una dimensión ambiental; es decir, que estudia y explica el impacto de as prácticas sociales en el medio natural entendiendo los procesos de producción y reproducción como conjuntos de intercambios entre el hombre y la naturaleza (Sevilla Guzmán y González de Molina, 1995).

Así, la dinámica social está estrechamente relacionada con la ambiental y rechaza la vieja disyunción entre ciencias del hombre y de la naturaleza. Reconociendo esta estrecha vinculación emerge el ED, que recobra las ricas tradiciones de las ciencias del ambiente y de las ciencias sociales comprometidas con el ser humano. Su postura recupera, desde una visión de respeto por la diversidad, la búsqueda de un presente y un futuro mejor.


LA ESENCIA DE LA TRANSDISCIPLINARIEDAD

El ED se inscribe en la perspectiva del pensamiento complejo, que se ocupa de las interacciones del ser humano con el ambiente. Varios autores, entre ellos Wallerstein (1998), han sugerido una revaloración de estas relaciones. Además, desde la filosofía se está desarrollando una vigorosa línea de pensamiento, destacándose las contribuciones de Bookchin (1999) y Morin
(1998). En estas aportaciones se concibe al ED con una perspectiva transdisciplinaria que permite estudiar los problemas creados por las crisis sociales y ambientales, donde se da igual valor a la crítica, a la construcción, a la teoría y a la práctica.

La situación que se observa actualmente es la de unas ciencias del hombre –y para nuestro caso, los estudios en desarrollo rural– que se han restringido a los patrones y procesos entre humanos (y en algunos casos
con el ambiente construido); y las naturales, que han enfatizado los patrones y procesos entre los demás seres vivos (plantas, animales, microorganismos), y lo inerte.

El ED busca superar esa fractura recogiendo aportes de todas las corrientes previas: recuerda, por un lado a los ecólogos, que existe un componente social; y por el otro, a los sociólogos y antropólogos, que en su objeto
de estudio existen elementos derivados del ambiente físico (Muro Bowling, 1998).

El ED se distingue de otras disciplinas en tanto que representa esta riqueza en la definición de su objeto de estudio y por el abordaje del mismo con un compromiso ético. La distinción con el desarrollo rural ortodoxo radica en cómo comprende la relación y coevolución sociedad-naturaleza. Esa ortodoxia, en tanto sólo enfatiza las relaciones entre los seres humanos, olvida o considera sin importancia a los componentes ambientales, construidos y naturales.

En esta nueva aproximación, tanto los dos sistemas como su interacción tienen la misma importancia. Por sistema humano nos referimos a la persona, o al conjunto de individuos, desde el grupo hasta la nación o
conjunto de naciones. La delimitación del ambiente se hace desde el sistema humano, y el sistema ambiental es concebido como todo aquello que interacciona con el sistema humano.

Así, para superar las formaciones técnicas y científicas (uni) disciplinarias y fragmentarias vigentes, parece ineludible apuntar a la adopción y adaptación del concepto de pensamiento complejo, que opera a través
de los enfoques de la transdisciplinariedad y de la multidimensionalidad.

Probablemente ha sido Morin quien más ha destacado en la proposición de perspectivas epistemológicas alternativas a favor de enfoques transdisciplinarios y multidimensionales. Una de sus más notables aportaciones en la transición del siglo XX al XXI es, en efecto, su crítica de la simplicidad y su propuesta a favor del pensamiento complejo:

La inteligencia parcelada, compartimentada, mecanicista, disyuntiva, reduccionista, rompe lo complejo del mundo en fragmentos disjuntos, fracciona los problemas, separa lo que está enlazado, unidimensionaliza lo multidimensional. Es una inteligencia a la vez miope, présbita, daltónica y tuerta; lo más habitual es que acabe ciega. Destruye en embrión toda posibilidad de comprensión y de reflexión, eliminando así cualquier eventual juicio correctivo o perspectiva a largo plazo (...) Incapaz de enfocar el contexto y el complejo planetario, la inteligencia ciega se vuelve inconsciente e irresponsable.

Se ha vuelto mortífera. [Por el contrario] la verdadera racionalidad es abierta, y dialoga con una realidad que se le resiste. Lleva a cabo un tráfico
incesante entre la lógica y lo empírico; es fruto del debate argumentado de ideas y no una propiedad de un sistema de ideas. La verdadera racionalidad
conoce los límites de la lógica, del determinismo, del mecanicismo; sabe que el espíritu humano no sabría ser omnisciente, que la realidad conlleva
misterio. (Morin en Aguilera Klink, 1999:11).

Desde esta perspectiva se hacen valer los conceptos y las implicaciones de nuevo conocimiento logrado a partir de acercamientos transdisciplinarios y multidimensionales.

Su antecedente inmediato, el enfoque de la interdisciplinariedad (García, 1994), implica que sus practicantes, insatisfechos con los resultados limitados y parciales producto de la alta especialización disciplinaria del conocimiento, unen sus esfuerzos y percepciones en torno a un problema común y, así, el conjunto unificado de diversos enfoques científicos y técnicos proporcionan alternativas de explicación y solución más completas a problemas hasta entonces no resueltos satisfactoriamente (Wallerstein, 1998). Por su integración y complejidad, esas explicaciones y soluciones tienden a acercarse a lo complejo de una manera tal que resulta difícil o imposible de lograr desde enfoques meramente uni o multidisciplinarios.

Con la transdisciplinariedad se intenta dar un paso más allá al proponerse la integración o fusión de dos o más disciplinas para favorecer la generación de conocimiento más relevante y trascendente. Y como enfoques transdisciplinarios relevantes se presentan el Ecodesarrollo, la Agroecología, o la Economía Ecológica.

Un paso más allá representaría conformar fusiones de, por ejemplo, Bio-Agro-Eco-Geo-Historio- Antropo-Sociología... que logradas por equipos transdisciplinarios contribuirían a transformar notablemente la dinámica del que hacer investigativo y a alcanzar cambios ecosociales significativos.


LA ESENCIA DE LA MULTIDIMENSIONALIDAD


Desde el enfoque de la multidimensionalidad se reconoce que los acercamientos unívocos a la realidad son parciales, y su intencionalidad explícita es superar ese inconveniente. Es por ello que desde aquí se propone la comprensión e interpretación de –entre otras dualidades– , las conformadas por lo objetivo y lo subjetivo, lo macro y lo micro, lo individual y lo colectivo, la estructura y la acción, el enfoque de género, lo tradicional y lo moderno... y el vínculo entre sociedad y naturaleza.

Transdisciplinariedad y multidimensionalidad son, así, las mejores expresiones de la operación del pensamiento complejo, y son enfoques que debieran cultivarse, alentarse y perfeccionarse en los centros mundiales
y (particularmente) latinoamericanos de docencia e investigación, y con especial énfasis en las escuelas y facultades de desarrollo rural, agronomía, biología, antropología, etcétera, en las cuales, por la misma esencia de sus actividades, la consideración de la obligada coevolución entre sociedad y naturaleza debiera constituir un hecho cotidiano y normal, no excepcional,
como hasta ahora se presenta. Los ejemplos de caso, históricos y prototípicos de la agronomía y de los estudios en desarrollo rural son en sí mismos suficientemente ilustrativos.

La agronomía como tal tiene una vieja y venerable historia en Latinoamérica, desde su primer centro de estudios: la Escuela Nacional de Agricultura –hoy Universidad Autónoma Chapingo–, en México, con más
de 150 años de antigüedad; pero los enfoques científico- agronómicos llevados de la mano de la ideología del progreso pervirtieron su esencia. En efecto, tal influjo ideológico prescribía que el progreso habría de alcanzarse a través de la industrialización (la típica visión mecanicista) y consecuentemente se industrializó también a la agronomía, para servir histórica y preferentemente a los dictados propios y derivados de la posteriormente así llamada Revolución Verde, destinados a favorecer la agricultura industrial y comercial a través de la obtención de altos rendimientos, logrados en verdad, pero con efectos y consecuencias perjudiciales sobre los ambientes naturales y sociales.

Y es que hacia el siglo XVIII, con la esperanza depositada en un supuesto progreso indefinido, derivado de la primera Revolución Industrial, en la Agronomía –al igual que en muchas otras disciplinas– se supuso que el mundo era lo suficientemente grande y exuberante en recursos como para poder vivir sin preocuparse de sus límites, y se compartió la idea de los procesos de generación y crecimiento que se atribuían a los tres reinos –animal, vegetal y mineral–, que se traducía lógicamente, a escala agregada,
en la creencia en la continua expansión de la superficie habitable del globo terráqueo. Valga como ejemplo significativo el discurso de Linneo Sobre el crecimiento de la tierra habitable, en el que, considerando globalmente
“…la máquina de este Universo que ha producido y creado la mano del Artista infinito”, concluye que, a la luz de la experiencia y de la sana razón, “…el examen ocular mismo muestra que la Tierra aumenta cada año y que el continente dilata sus límites” (en Naredo, 1992:36). Observación en línea con su participación en la creencia, entonces generalizada, en el crecimiento de los minerales presente en sus trabajos, que le dieron fama como padre de la Botánica moderna.

La aparición, entonces, de la Agronomía como ciencia experimental ofreció un apoyo empírico a la idea de que los humanos podríamos acrecentar, recurriendo a ciertas prácticas de cultivo ya desacralizadas, la producción
neta de materia con la cual mantener y enriquecer la vida humana. Durante el siglo XVIII permaneció viva la esperanza de extender al reino mineral los
logros de la Agronomía: “…lo mismo que hacemos el pan, podremos hacer los metales –se afirmaba en ese siglo–; concertémonos pues con la naturaleza para la obra mineral tan bien como para la obra agrícola, y los
tesoros se abrirán ante nosotros” (Naredo, 1992: 37).

El desplazamiento de la idea de riqueza desde su diversidad inicial hasta su unificación en torno a lo pecuniario, permitió a los economistas del siglo XIX
cortar el vínculo entre el mundo físico y las nociones de producción y de riqueza, para encerrarlas con éxito en el mundo homogéneo y autosuficiente de los valores de cambio. Así, al circunscribir la riqueza objeto de estudio al campo de lo apropiable, valorable e intercambiable, no sólo se dejaron de lado aquellos recursos naturales que no eran objeto de comercio, sino que
también se dio un trato indistinto a aquellos que sí lo eran, ignorando su capacidad de reproducción y su calidad física de flujos o recursos.

A partir de estas elaboraciones no importaba que la disponibilidad de tierra fuera limitada, pues ésta se consideró sustituible e incluso producible por el capital.

La Agronomía se fue así alejando de la “economía de la naturaleza” a la que tan vinculada estuvo en sus orígenes.

La química agrícola, desarrollada por von Liebig en el siglo XIX, permitió desplazar el centro de las experiencias desde el campo hacia los laboratorios y, con ello, suplantar el propósito de colaborar con el orden
natural por el de tratar de modificarlo y sustituirlo.

En Latinoamérica, el inicio de los estudios en desarrollo rural con frecuencia se inscribió en la escuela estadounidense, que históricamente se ubica en el marco del positivismo y que se rige metodológicamente por el estructural-funcionalismo. Así, este conjunto de disciplinas y sus profesionales tuvieron que enfrentarse a la tradición propia de las ciencias “exactas”, en las
que se hacía valer como criterios de cientificidad la cuantificación y la objetividad, elementos característicos de lo que en su momento debía entenderse como “conocimiento científico”. Inmersos en esta corriente,
los estudios en desarrollo rural se vieron poco favorecidos por otros esfuerzos que se hacían –especialmente en Europa–, para liberarlos de esas ataduras.
Entre esos esfuerzos destaca el que hacia mediados del Siglo XIX emprendieron en Rusia los intelectuales participantes en la corriente del populismo agrario, generadores del método subjetivo sociológico (González
de Molina y Sevilla Guzmán, 1991). Su argumento principal era que en este campo la objetividad científica no lo es todo, y que el conocimiento derivado de ella carece de validez si no se complementa con la consideración
de la subjetividad, a partir de la cual se crean y expresan los valores, la moral y la dignidad de los seres humanos.

En la actualidad, afortunadamente, y gracias al enfoque de la multidimensionalidad son pocos quienes cuestionan la importancia de considerar lo subjetivo tan importante como lo objetivo en el conocimiento social.

Otras tradiciones propias del pensamiento sociológico se expresaron durante muchos años a través de la supuesta necesidad de conocer prioritariamente lo macro –en la escuela europea– o lo micro –en la norteamericana – derivando de aquí un fuerte enfrentamiento histórico
entre ambas corrientes. La escuela europea, basada en las teorías del conflicto primaba lo macro, y la norteamericana lo micro, a través de los enfoques propios y derivados del estructural-funcionalismo. Esa pugna se expresó también a través de intentos de hacer valer cualquiera de los extremos de otra dualidad: la que se expresa en la consideración de lo colectivoindividual, y no fue sino hasta los últimos veinte años del siglo XX que esas diferencias tendieron a matizarse y diluirse, reconociéndose ya explícitamente, merced a las propuestas de la transdisciplinariedad y de la multidimensionalidad, la importancia de la generación de conocimiento a los dos niveles.

Los investigadores y analistas de los movimientos sociales, por su parte, también dividieron su atención y sus esfuerzos durante muchos años: en tanto que una corriente priorizó el estudio de las estructuras (principalmente
de clase) dentro de las cuales, y como una expresión de las mismas se generaban esos movimientos, otra tendencia interpretativa asignó mayor relevancia al análisis de la acción desplegada en y por dichos movimientos.

Ahora, una vez puestas a discusión las bases de esas corrientes interpretativas, y confrontadas con la realidad, tiende ya a reconocerse la importancia de contemplar ambas dimensiones: estructura y acción, en el estudio de acciones y de movimientos sociales.

Por cuanto hace al (inseparable) vínculo entre sociedad y naturaleza, ha correspondido sobre todo a las reflexiones propias del pensamiento complejo –una de cuyas más claras expresiones es el ED– hacer notar la
inviabilidad de separar ambas dimensiones. Este “descubrimiento”, por lo demás, se basó en la observación de lo obvio: los niveles de hiper-especialización y consecuente fragmentación del conocimiento a partir de la
generación de las especialidades “científicas” han llevado al absurdo que se expresa en que las ciencias naturales tiendan a ignorar que los niveles de deterioro y degradación que sufre el ambiente natural son consecuencia
de su explotación por parte de las sociedades humanas, en tanto que quienes priorizan las disciplinas sociales ignoran que cuanto ocurre en la sociedad se da sobre la base física constituida por los ecosistemas.

El enfoque de la multidimensionalidad no opera a través de priorizar, en cualquier caso, lo objetivo o lo subjetivo; lo macro o lo micro, lo colectivo o lo individual, o lo social y lo ambiental; no se trata de favorecer a ninguno
de los polos de esas u otras dualidades. Tampoco de ubicarnos, como investigadores, fijos en cualquiera de sus extremos. Lo que se favorece con la propuesta de la multidimensionalidad es la flexibilidad necesaria para ir
constantemente de un polo a otro moviéndonos a lo largo del continuo que une a esas dualidades, sin quedarnos estáticos en ninguno de sus extremos. Así, en el proceso de investigación se requerirá de la suficiente agilidad y flexibilidad para, dependiendo de la dinámica de la propia
investigación, detectar, registrar la importancia y desplazarnos por momentos entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo macro y lo micro, entre lo ambiental y lo social.

Es con este bagaje epistemológico enriquecido por las perspectivas de la transdisciplinariedad y la multidimensionalidad que se plantean y proponen nuevos acercamientos, comprensiones, interpretaciones y transformaciones de la realidad; nuestros esfuerzos en este sentido ya no deben seguir siendo limitados, fragmentarios, unidisciplinarios, a riesgo de seguir
reproduciendo viejos esquemas cuya inoperancia ha sido reiteradamente probada.

A partir de estos razonamientos es posible presentar una serie de postulados centrales básicos para iniciar la delimitación de un enfoque metodológico alternativo para los estudios convencionales en desarrollo
rural: el del ED.
a) El ser humano interacciona intensa y continuamente con el ambiente. Ni uno ni otro pueden estudiarse aisladamente, en tanto mutuamente determinan aspectos de su estructura y funcionamiento.
b) La interacción entre los sistemas humano y ambiental es dinámica y se desarrolla en el tiempo y en el espacio.
c) La delimitación del ambiente es contingente a cómo se define el sistema humano.
d) El ambiente es complejo y heterogéneo en el tiempo y en el espacio.

Estos postulados enfatizan que los seres humanos y el ambiente coevolucionan e interaccionan estrechamente. Si se encara el estudio aislado de uno u otro se cae en posturas fracturadas. La interpretación clave del ED no reside sólo en la afirmación de que el hombre interacciona
con el ambiente, sino también en cómo se conciben y delimitan estos dos términos. Con el primer postulado se apunta a los individuos insertos en el ambiente, interaccionando estrechamente con todo lo que les rodea. El segundo sostiene que tanto el sistema humano como el ambiental, y la relación entre ambos, tienen una historia. En efecto, hay una historia
de las personas, otra del ambiente, y una de las interacciones entre ellos. Esta historia no puede ser estudiada separadamente y constituye un proceso unitario. El tercer postulado deja en claro que la delimitación
y reconocimiento del ambiente se hace desde una persona o un grupo de personas: el sistema humano. Por ello, su delimitación depende siempre de cómo se definió previamente. No es el mismo el ambiente de un campesino
que el de los habitantes de un barrio urbano marginal.

Frente a estos sistemas ambientales, cada persona, de acuerdo con su cultura, su biografía y a los elementos ambientales que enfrenta, adjudica significados. Y es el ser humano quien atribuye contenidos al ambiente, ya
que continuamente lo interpreta. Esta es una de las razones por las cuales el ambiente resulta siempre complejo y heterogéneo.

Este ambiente es unitario y no reducido a lo “humano” o a lo “natural”. Basta pensar en el campesino, para quien su familia, y sus cultivos, son una parte importantísima de su entorno. El haber considerado separadamente y aislados lo natural de lo social parece resultado de un accidente histórico
y de una omisión epistemológica y metodológica que no debe continuar.

A propósito de los enfoques metodológicos de que se vale el ED para abordar su objeto de estudio, vale también acotar las nuevas tendencias: la metodología de investigación ya no se limita a la comprensión del conjunto de métodos válidos para llevar a cabo investigaciones sociales y ayudarnos en la interpretación de sus resultados. Ahora se le concibe adicional y principalmente como una toma de posición y forma de expresión filosófica, ideológica, con base en la cual se analizan y plasman los procedimientos y resultados de la investigación.
En esta toma de posición teórica, ideológica, a través de la nueva concepción de la metodología de investigación, siguen siendo válidos los enfoques metodológicos generales y particulares de que se vale el ED
para interpretar, explicar –y en el mejor de los casos, transformar para mejorar– los procesos y fenómenos que constituyen su objeto de estudio, y sigue dándose cabida a la multiplicidad de métodos y técnicas que
para ello se considere necesario seguir, sin que tal cuestión implique un eclecticismo flagrante.

El ED, tal como aquí se concibe, puede caracterizarse por tres dimensiones. Primero, es una tarea de investigación científica; segundo, incluye en un todo la acción y la promoción; y finalmente, tanto la investigación como la
práctica, se realizan desde una postura ética de respeto a la vida. A partir de estos postulados centrales del ED se deriva una serie de principios que se refieren a la metodología, la ética y la aplicación del conocimiento. Estos
principios son los primeros que han resultado de la expansión del ED, un proceso abierto que apenas ha comenzado.

PRINCIPIOS METODOLÓGICOS

1. No puede estudiarse aisladamente los sistemas humanos de los sistemas ambientales, por lo que no debería existir una ciencia social distinta de una ciencia ecológica.
2. Consecuentemente, no existe una práctica social que sea diferente de una práctica ambiental. El trabajo ambiental es a la vez un trabajo social.
3. Se debe recuperar la dinámica de los procesos, lo que exige poner énfasis en las historias, tanto de los seres humanos como de los ambientes.
4. En tanto cualquier persona o grupo alcanza interacciones particulares con su ambiente, el estudio de esas relaciones necesariamente debe hacerse
con la participación de las personas involucradas.


PRINCIPIOS ÉTICOS

1. Se reconocen valores intrínsecos en los demás seres vivos y en lo no vivo.
2. Se debe respetar las formas en las que cualquier persona conoce y siente el ambiente con el que interacciona.
3. Los resultados de la investigación no son éticamente neutros, ni en sus puntos de partida, el proceso de la investigación o el uso de los resultados.




PRINCIPIOS SOBRE LA APLICACIÓN DEL CONOCIMIENTO

1. La tecnología debe ser a escala humana, promoviendo el desarrollo humano y acorde con la dimensión y objetivo del problema que enfrenta.
2. Debe ser además social y ecológicamente sustentable y equitativa, reconociendo los valores del entorno.

En consonancia con estos principios, el enfoque metodológico alternativo para el ED reconoce que el ambiente, como sistema heterogéneo, se convierte en asiento de significados y símbolos muy diversos. Cada
ser humano, enfrentado a ese ambiente, decide a qué elementos les adjudica contenidos simbólicos y a cuáles no, el contenido de éstos, y su valor relativo. No existe “una realidad” verdadera, única, absolutamente
abarcable: ésta depende tanto de los hombres como de los ambientes. Así, las relaciones humano-ambientales serán distintas entre diferentes personas y ambientes. El ED busca desentrañar estos procesos, y hacerlo desde una praxis éticamente comprometida con todas las formas de vida.
Recordando que el ED opera en tres dimensiones (investigación, acción-promoción y compromiso ético) se abre camino para una nueva praxis, que incluye tanto la acción como la reflexión. Cuando esta praxis se hace
desde la inserción con un grupo humano, el método básico debe ser el proceso interactivo.

El proceso interactivo representa en sí mismo un enfoque metodológico que permite compartir un conjunto de diferentes conocimientos relativos a las interacciones con el ambiente. Es posible apuntar a lo esencial del método con la siguiente analogía: en tanto cada persona o grupo humano tiene una visión del ambiente, el compartir estas visiones permite un conocimiento más acabado de éste. Se parte de reconocer que cada individuo tiene un conocimiento válido de su ambiente.

A diferencia de otras perspectivas, donde solamente el investigador caracteriza y describe el ambiente con que interacciona el hombre, en el ED se le pregunta a esa persona cómo ve ese ambiente. Ciertamente, también
se reconoce que el conocimiento del investigador es válido, y debe ser aprovechado, pero el trabajo interactivo con la gente permite un redescubrimiento compartido y participativo del ambiente, y de cómo se
interacciona con éste.

A MODO DE CONCLUSIONES PROVISIONALES

Se adjetivan deliberadamente las siguientes conclusiones como provisionales, en vista de que los enfoques de la transdisciplinariedad y de la multidimensionalidad, y la misma concepción de ED se hallan en proceso de construcción y consolidación, cuya plenitud esperamos ocurra entre el corto y el mediano plazo.

No es mera coincidencia que los planes de estudios de posgrado convencionales, tradicionales en desarrollo rural, suelan incluir, entre otros, cursos y nociones de Sociología, Economía, Antropología, Psicología; en
algunos casos (excepcionales) Agroecología y una con frecuencia muy ortodoxa y parcial metodología de investigación.

Con ello tiende a reconocerse implícitamente el carácter transdisciplinario y multidimensional del proceso de desarrollo. A partir de ésto, con las formaciones profesionales y estudios previos de los alumnos, se ha venido construyendo –casi siempre inadvertidamente – la base para la concepción y ejercicio conciente de los propios enfoques transdisciplinarios y
multidimensionales. No deja de sorprender entonces que tales perspectivas sean a veces más difíciles de concebir y de asumir que de ejercer deliberadamente.

La praxis del ED descansa en una participación profunda y reflexiva. Tal reflexión obliga a reconocer que siempre existe un interjuego de poderes y por tanto de jerarquías. Por ello la búsqueda de una verdadera participación
en todas estas tareas, desde la investigación hasta la acción, es el desafío del ED. Por lo mismo, el conjunto de disciplinas que lo integran es también una herramienta para la búsqueda de nuevas relaciones entre los seres humanos, y entre éstos y su ambiente físico. Se trata, pues, de construir nuevas relaciones sociales, así como entre los hombres y la naturaleza, priorizando la equidad en el logro de utilidad, ética y estética.

El concepto de ecosistema permite contemplar el conjunto sin mayor dificultad: el ED no es la ciencia de los determinantes de un medio-objeto sobre los actores sociales, sino la ciencia de las interacciones entre
elementos (sistemas) de naturaleza diferente –geológicos, climáticos, vegetales, animales, humanos, sociales, económicos, tecnológicos, mitológicos…– en el seno de un nicho natural o de una aglomeración social.

Estas interacciones tienen un carácter sistémico: sufren o establecen constricciones, regularidades, ciclos, complementariedades, antagonismos… cuyo conjunto constituye un ecosistema para todos los sistemas en él inmersos.

El ED no es una disciplina en el sentido tradicional del término. Como ciencia de las interacciones entre sistemas sociales y naturales diferentes requiere de profesionales transdisciplinarios para abarcar y comprender
cada uno de los sistemas: geográfico, biológico, económico, antropo-sociológico, psicológico, etcétera.

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