jueves, 23 de diciembre de 2010

LO AGROINDUSTRIAL CALIENTA, LO AGROECOLOGICO ENFRIA

Víctor M. Toledo

En el asunto del cambio climático, que es quizás el evento más preocupante de la historia de la humanidad, hay que marcar las diferencias y delinear los matices. Por ejemplo, no se puede afirmar que todos seamos culpables, humanidad o especie, como pregona la retórica superficial que domina los medios masivos y los discursos de los políticos. Los culpables tienen nombre y apellido, y en cada ámbito existen diferentes circunstancias, causas, efectos y afectados. En el caso del campo, las áreas rurales del mundo son hoy escenarios donde se realiza también la batalla entre la vida y la muerte... del planeta.
El calentamiento global se debe no sólo a la producción industrial y al transporte. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, de 25 a 32 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global provienen de áreas rurales: hasta 18 por ciento debido a la deforestación, principalmente en las regiones intertropicales, es decir, la conversión de bosques y selvas en áreas agrícolas y pecuarias, y hasta 14 por ciento por la agricultura y ganadería, pues ciertos cultivos y las reses generan o eructan metano, gas más dañino que el bióxido de carbono.
En esta arena de procesos antiguos y nuevos, los agronegocios, basados en el modelo agroindustrial, calientan; la agroecología, generalmente practicada por los pequeños productores tradicionales, enfrían. Este dilema representa las dos opciones del mundo agrario: una basada en la conversión de la naturaleza en un piso de fábrica para la producción especializada en medianas y grandes propiedades y utilizando todo el arsenal agroindustrial: fertilizantes y pesticidas químicos, maquinarias, petróleo y gas, y variedades genéticamente modificadas incluyendo organismos transgénicos. La otra, que busca la relación recíproca con la naturaleza y sus procesos, tomando en cuenta las sabidurías locales y tradicionales, respetando la diversidad biológica y genética, utilizando energía solar, realizada en pequeña escala por familias, cooperativas y comunidades.
El modelo agroindustrial contribuye de manera cuádruple al calentamiento global, porque 1.- es la principal causa de deforestación al ampliar los extensos monocultivos agrícolas y de pastos; 2.- aumenta la cabaña ganadera a niveles excesivos: hacia 2001 se reportaban más de mil 500 millones de reses en el mundo; 3.- utiliza petróleo y gas como fuentes casi únicas de sus prácticas, y 4.- al inducir la especialización de enormes regiones agrarias, estimula el transporte de alimentos desde largas distancias aumentando la quema de combustibles fósiles. En contraste, la práctica de la agroecología, como la agricultura orgánica y sustentable, la ganadería holística y el manejo ecológicamente certificado de bosques y selvas, fundadas en la agrodiversidad y en la búsqueda de localidades y regiones autosuficientes, que producen casi todos sus alimentos y evitan el uso de energía en su transporte, contribuyen a aminorar el calentamiento global.
Hay todavía otra razón a favor de la opción agroecológica: su resistencia a los riesgos provocados por el cambio global del clima. Esto ha quedado demostrado por experiencias como la del movimiento de campesino a campesino del norte de Centroamérica, un proceso de innovación que se inició en 1987, llevando como actores a familias campesinas de Guatemala, México y Nicaragua, y que hoy alcanza ya a unas 10 mil familias. La eficacia de las técnicas aplicadas en el movimiento de campesino a campesino ha quedado corroborada por una investigación rigurosa de carácter colectivo y participativo realizada en 1999-2000 para evaluar los impactos del huracán Mitch. Con la participación de unas 40 organizaciones campesinas y ONGs de Guatemala, Honduras y Nicaragua, se crearon cien equipos de investigación que levantaron datos en mil sitios con impactos bajos, medios y altos del huracán, comparando terrenos bajo manejo agroecológico y terrenos contiguos bajo manejo convencional. Los resultados mostraron la mayor resistencia, entendida como la capacidad para amortiguar eventos catastróficos, de las parcelas agroecológicas confirmando de paso su carácter sustentable (ver detalles en Holt-Giménez, E. 2008. http://www.simas.org.ni/files/cidoc/ CaC-mov%20centroamerica.pdf).
Por todo lo anterior debe exigirse una política agroalimentaria que no esté en favor de los grandes propietarios agrícolas, ganaderos y forestales, de las empresas monopólicas y de los consorcios alimentarios, es decir, del sector que produce alimentos emitiendo los máximos niveles de carbono. Tan sólo la renuncia oficial a la soberanía y autosuficiencia alimentarias provoca la importación de 45 por ciento de alimentos de Estados Unidos, con altos costos en transporte y energía. Esta complacencia del gobierno mexicano por los agronegocios se complementa con la falta de apoyo a la agricultura orgánica, a la forestería comunitaria, a los proyectos de sustentabilidad rural (en el país existen dos mil), a los sistemas agroforestales de café, en fin, a las formas que menos contribuyen al calentamiento global del planeta. El movimiento y la resistencia campesinos están obligados a tomar un papel activo en este nuevo escenario de luchas, ya vislumbradas desde hace décadas, donde la defensa del planeta es también la lucha por la soberanía alimentaria, las culturas milenarias y la vida campesina e indígena. Y es que la lucha social y la lucha ecológica son una misma, especialmente en el caso del campo, donde el avance de la modernización neoliberal destruye por igual idiosincracias y culturas tradicionales y recursos naturales de todo tipo.

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