Este artículo tiene por finalidad difundir algunos de los principios ecológicos en que se apoya el desarrollo de la agricultura sustentable y propiciar la revaloración de la diversificación productiva como uno de los pilares fundamentales de la sustentabilidad agraria.
Cuando el hombre no interviene los ecosistemas naturales, ellos se desarrollan hasta alcanzar un estado de madurez en equilibrio con el ambiente propio de cada región. En ese estado, se caracterizan por presentar una estructura compleja (cadenas tróficas desarrolladas e intrincadas) con alta biodiversidad. Asociado a ello, presentan además ciclos biológicos prolongados y lentos, ciclos minerales cerrados con alta conservación de nutrientes, y alta eficiencia energética (mantienen una elevada biomasa por unidad de flujo de energía solar). Estos atributos le brindan una gran estabilidad y capacidad de autorregulación y autosostenimiento. Sin embargo, en el estado de madurez presentan también una baja productividad neta dado que todo lo que se produce a partir de la fotosíntesis se consume por la respiración de las plantas.
La baja productividad neta de los ecosistemas naturales es probablemente la principal razón por la que el hombre no haya adoptado una estrategia similar para diseñar los sistemas agrícolas. Por el contrario, el enfoque de la agricultura moderna transita en un sentido inverso a la estrategia de la naturaleza. En primer lugar, el cultivo de especies seleccionadas y mejoradas introduce disturbios de alta intensidad (labranza, siembra, aplicación de agroquímicos, cosecha, etc.) que, realizados en forma recurrente, mantienen al sistema lejos del equilibrio.
En este nuevo estado, los sistemas agrícolas o agroecosistemas presentan: a) una baja complejidad estructural y funcional generada por la uniformidad de la siembra y la aplicación de plaguicidas que reducen la diversidad de especies y simplifican las cadenas tróficas, b) ciclos biológicos cortos y rápidos entre los que se intercalan periodos de barbecho, y c) ciclos minerales abiertos y baja conservación de nutrientes asociados a las pérdidas por lixiviación y a la exportación en las cosechas. Estos sistemas presentan además una baja eficiencia energética dado que la biomasa mantenida por unidad de energía solar es baja en relación a los ecosistemas naturales maduros. Son además sumamente inestables y requieren para su funcionamiento fuertes subsidios de energía derivados de la mecanización agrícola y del desarrollo y aplicación de insumos biológicos y químicos bajo la forma de semillas mejoradas, plaguicidas y fertilizantes. Finalmente, presentan una elevada productividad neta, propia de los estados ecológicos inmaduros, lo que genera excedentes cosechables y ello es el principal fundamento de su amplia difusión a nivel mundial.
Indicadores del comportamiento de los sistemas productivos
Por lo anterior, la productividad ha sido tradicionalmente el principal indicador del comportamiento de los sistemas productivos. Se trata de una medida puntual que relaciona la cantidad de un cierto producto biológico (grano, carne, leche, etc.) generado por el sistema en una unidad de tiempo (generalmente año) y en relación a un factor de producción (tierra, capital, insumos, mano de obra, etc.). En los agroecosistemas pampeanos, donde la tierra es el principal factor de producción, la expresión más difundida es el rendimiento expresado en kilogramos por hectárea (Kg/ha o Kg.ha-1) el cual se puede aplicar tanto a sistemas agrícolas como ganaderos.
Desde una perspectiva agroecológica, interesan las tendencias de la productividad a lo largo del tiempo, tanto en el corto como en el largo plazo. Para ello se requieren indicadores complementarios, como aquellos que permiten estimar el grado de estabilidad, resiliencia y sustentabilidad. La estabilidad puede ser analizada a través de las variaciones interanuales en la productividad que resultan de las fluctuaciones ambientales normales. Para quienes conocen de estadística, es posible cuantificarla a través del coeficiente de variación en torno a su media. La resiliencia del sistema depende de su capacidad para absorber cambios traumáticos, es decir, de sus posibilidades de recuperación luego de haber sido afectado por disturbios de cierta envergadura como podrían ser, en nuestra región, inundaciones o sequías prolongadas. La sustentabilidad, en sentido estricto, es una medida de la capacidad del sistema para mantener la potencialidad productiva indefinidamente, y puede ser analizada a partir de la tendencia de la productividad media en el largo plazo. La figura 1 presenta cuatro casos hipotéticos con diferentes combinaciones de estabilidad y sustentabilidad.
Sustentabilidad
La idea más abstracta de sustentabilidad incluye otros criterios además del mantenimiento de la potencialidad productiva. Así, una agricultura sustentable se basa en sistemas integrados, conservadores de los recursos naturales, rentables y socialmente equitativos. Es decir, la sustentabilidad en un sentido amplio integra tres grandes dimensiones: la ecológica, la económica y la social. Todas son interdependientes, pero sin dudas la dimensión ecológica es fundamental por cuanto no puede haber sustentabilidad económica ni social si no se garantiza la conservación de la base ambiental sobre la que se asienta el funcionamiento de los agroecosistemas.
Cuando se analiza la sustentabilidad, también es necesario especificar el nivel o escala de interés dentro de un orden jerárquico que incluya el lote, el establecimiento o empresa, el área agroecológica, la ecoregión, etc. Esto es muy importante porque la perspectiva con la cual se analice la sustentabilidad dependerá del rol que cumpla cada uno de los actores que intervienen en los procesos productivos y socioeconómicos. Así, los productores y asesores técnicos estarán en general más interesados en los niveles inferiores, mientras que los funcionarios públicos o dirigentes agrarios estarán más interesados en la sustentabilidad a nivel zonal o regional.
El concepto de sustentabilidad ha tenido en los últimos años una amplia difusión en diferentes estamentos académico-científicos, tecnológicos, productivos, gubernamentales, etc. Pero, al mismo tiempo, la multidimensionalidad y complejidad de este concepto ha limitado severamente su operatividad ante la dificultad de convertirlo en un parámetro tangible y cuantificable. En la actualidad, diversos especialistas en Agroecología están abocados al desarrollo de indicadores de sustentabilidad capaces de simplificar su expresión a valores concretos. Estos indicadores pueden ser utilizados para hacer un seguimiento de un determinado sistema o empresa a lo largo del tiempo, o bien para comparar la performance de dos o más sistemas o tecnologías diferentes. En el primer caso se intenta dilucidar cuál es el nivel o grado de sustentabilidad del sistema que se está evaluando, y su tendencia, independientemente del comportamiento de otros sistemas alternativos. En el segundo caso, interesa establecer cuál de los sistemas o tecnologías comparados es más sustentable. Dada la diversidad de ecorregiones y agroecosistemas, como así también de escalas y dimensiones de la sustentabilidad, los indicadores no son instrumentos fijos y estándar, sino desarrollados y adaptados a objetivos y situaciones particulares. Para la Región Pampeana en general, los indicadores propuestos se relacionan básicamente con los patrones de uso de la tierra, balance de minerales, contaminación con agroquímicos y degradación del suelo.
Diversificación y biodiversidad
Por su valor integrador, los patrones de uso de la tierra y su relación con la diversificación productiva merecen una consideración especial. Mientras que los ecosistemas naturales tienden a mantener la máxima complejidad y biodiversidad compatible con las condiciones ambientales de cada lugar, desde el surgimiento de la revolución verde, la uniformidad y simplificación de los sistemas agrícolas se ha convertido en el ideal agronómico para productores y asesores técnicos en general. Tal uniformidad y simplificación a nivel genético y de técnicas de manejo se manifiesta en primer lugar a escala de parcela o lote, pero cada vez más se percibe también a escala de establecimiento, paisaje y región. En los últimos años, este ideal se ha llevado al límite con la adopción generalizada de “paquetes tecnológicos” basados en cultivos transgénicos resistentes a herbicidas totales. Una de las consecuencias más preocupantes que presenta esta tendencia es que los sistemas sobre-simplificados tienen un elevado potencial productivo pero son mucho más vulnerables a la variabilidad ambiental, y por lo tanto menos estables, a la vez que potencian los procesos de degradación de los recursos naturales.
Frente a ello, el rol de la biodiversidad en los agroecosistemas (agrodiversidad) comienza a ser revalorizado bajo el enfoque de la agricultura sustentable. Por un lado, los organismos de ocurrencia natural como polinizadores, enemigos naturales de las plagas, lombrices y microorganismos del suelo, entre otros, son componentes claves de la agrodiversidad en tanto cumplen importantes roles ecológicos. Por otro lado, la sensibilidad a la variabilidad ambiental disminuye a medida que aumenta el grado de diversificación productiva. Ello se debe a que, en sistemas con más componentes productivos y naturales, los disturbios externos y los estrés ambientales tienen más oportunidades de ser canalizados y disipados que en los sistemas simplificados. En líneas generales, si bien la complejidad estructural tiene un costo de mantenimiento que se deduce de la productividad potencial, la diversidad promueve y potencia mecanismos homeostáticos que aumentan la estabilidad del sistema.
Por último, es importante destacar también que la funcionalidad de muchos procesos ecológicos claves para el sostenimiento de la productividad, depende del movimiento de los organismos y sustancias entre distintos “parches” de hábitat. Consecuentemente, el manejo de la biodiversidad debe considerar además los principios de la ecología de paisaje. Dentro de un paisaje agrícola, algunos hábitat funcionan como “fuentes” y otros como “sumideros” en la dinámica de muchos organismos. Por ejemplo, la vegetación en los bordes de los cultivos, banquinas o curvas de nivel (fuentes) alberga poblaciones de artrópodos benéficos que migran hacia los cultivos (sumideros). Un paisaje diverso contribuye también al mantenimiento de otros grupos funcionales como los polinizadores o los predadores que realizan un control biológico de plagas (arácnidos, hemípteros, aves).
A lo anterior debe sumarse que la diversificación productiva constituye un mecanismo eficaz para minimizar los riesgos económicos en países que, como el nuestro, están sujetos a bruscas oscilaciones de precios y/o políticas agrarias. En contraposición, la simplificación excesiva y la homogeneización del paisaje agrícola puede conducir irremediablemente a la pérdida de resiliencia y aumentar la susceptibilidad a cambios impredecibles en el ambiente físico (déficit o excesos hídricos) y biológico (invasiones de plagas) como así también en el ambiente económico.
Ing. Agr. (MSc.) Eduardo Requesens
Profesor de Agroecología y Director de la Especialización
en Ambiente y Ecología de Sistemas Agroproductivos
Facultad de Agronomía de Azul
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
Agroecología
agricultura
Proverbio africano, se explicaría así: «Mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, cultivarán pequeños huertos…que alimentarán al mundo». ACADEMIA SOL DE LOS ANDES FORMACION DE EN PRODUCCION AGRICOLA, PECUARIA Y AMBIENTAL REGENERATIVA CON ENFASIS EN LIDERAZGO Y ASOCITAVIDAD BIENVENIDOS HOLA A TOD@S ALDEA SOL DE LOS ANDES LOS SALUDA. https://www.facebook.com/aldeasoldelosandes
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