La Tierra está experimentando cambios en su superficie, en gran parte debido a la acción humana de los últimos tres siglos. La industrialización, la revolución energética y la agricultura industrial, hicieron su aporte para llegar a la crisis climática que ya comenzamos a padecer. Una crisis que no acabará con el planeta, pero que si no actuamos a tiempo, terminará con la gran mayoría de las especies que hoy lo habitamos.
La humanidad, cuenta ya con los conocimientos y las tecnologías necesarias para producir alimentos y energía de forma sustentable. También para utilizar y reciclar el agua potable de modo que esta no se agote. Y por supuesto que también para reducir, reutilizar y reciclar nuestros deshechos de forma tal que dejen de provocar un colapso ambiental en las cercanías de cada ciudad.
El no uso de todos esos saberes, se debe simplemente a que no generan un rédito económico y, en un sistema regido por la economía, esto es un problema verdaderamente grave y difícilmente solucionable.
Se podría satisfacer la totalidad de las necesidades de consumo de productos y servicios, si éstos se distribuyeran de una forma más equitativa. En definitiva, podríamos reducir drásticamente el impacto ambiental de nuestras actividades, sin que esto significara volver a la época de las cavernas, como hemos escuchado muchas veces, que pretendemos hacer los ecologistas.
Lo que ha primado hasta ahora no es la sustentabilidad de los recursos, sino la generación de nuevas necesidades de consumo, con el fin de aumentar las ventas y por consiguiente los beneficios económicos de las empresas que los producen. Desequilibrios ambientales tales como el calentamiento global, son consecuencia directa de la sobre explotación de los recursos naturales y afecta a todas las regiones del mundo.
Estamos atravesando una crisis sistémica. La forma en la que está “organizada” la civilización con una escala de valores totalmente equivocada, donde se exacerba el éxito económico, la acumulación de poder y las superficialidades, por sobre la solidaridad, el talento artístico, literario, el intelecto puesto en función del bien colectivo.
Este sistema ha exterminado innumerables especies y tiene amenazadas a otras tantas. Por su incapacidad intrínseca de preservar el ambiente, más allá de su utilidad en función de sus necesidades más inmediatas, provoca que cientos de millones de personas padezcan hambre, falta de acceso al agua potable o contaminación de sus ecosistemas.
A este sistema no le interesa terminar con el hambre ni con la sed de miles de millones de personas, porque le son funcionales. Le sirven para seguir teniendo el poder de digitarlo todo, de manejarlo todo a su antojo.
Por eso, quienes estamos convencidos de la necesidad de un cambio, quienes estamos dispuestos a pagar el precio de abandonar algunas de las comodidades a las que estamos acostumbrados, estamos empezando a pensar alternativas viables y comenzando a introducirlas en la práctica.
Tenemos que comenzar entre todos y todas, a construir las bases de una civilización diferente, fundamentada en el uso sostenible de los recursos naturales, que pueda ofrecer respuestas a las necesidades de los pueblos, incluyendo a todas las culturas, saberes, filosofías y religiones, para que cada una ofrezca su aporte propio a la construcción social nueva.Este proceso, hace años ya que se está desarrollando y sobre él apoyamos muchas de nuestras esperanzas de que un mundo mejor, es posible.
La humanidad, cuenta ya con los conocimientos y las tecnologías necesarias para producir alimentos y energía de forma sustentable. También para utilizar y reciclar el agua potable de modo que esta no se agote. Y por supuesto que también para reducir, reutilizar y reciclar nuestros deshechos de forma tal que dejen de provocar un colapso ambiental en las cercanías de cada ciudad.
El no uso de todos esos saberes, se debe simplemente a que no generan un rédito económico y, en un sistema regido por la economía, esto es un problema verdaderamente grave y difícilmente solucionable.
Se podría satisfacer la totalidad de las necesidades de consumo de productos y servicios, si éstos se distribuyeran de una forma más equitativa. En definitiva, podríamos reducir drásticamente el impacto ambiental de nuestras actividades, sin que esto significara volver a la época de las cavernas, como hemos escuchado muchas veces, que pretendemos hacer los ecologistas.
Lo que ha primado hasta ahora no es la sustentabilidad de los recursos, sino la generación de nuevas necesidades de consumo, con el fin de aumentar las ventas y por consiguiente los beneficios económicos de las empresas que los producen. Desequilibrios ambientales tales como el calentamiento global, son consecuencia directa de la sobre explotación de los recursos naturales y afecta a todas las regiones del mundo.
Estamos atravesando una crisis sistémica. La forma en la que está “organizada” la civilización con una escala de valores totalmente equivocada, donde se exacerba el éxito económico, la acumulación de poder y las superficialidades, por sobre la solidaridad, el talento artístico, literario, el intelecto puesto en función del bien colectivo.
Este sistema ha exterminado innumerables especies y tiene amenazadas a otras tantas. Por su incapacidad intrínseca de preservar el ambiente, más allá de su utilidad en función de sus necesidades más inmediatas, provoca que cientos de millones de personas padezcan hambre, falta de acceso al agua potable o contaminación de sus ecosistemas.
A este sistema no le interesa terminar con el hambre ni con la sed de miles de millones de personas, porque le son funcionales. Le sirven para seguir teniendo el poder de digitarlo todo, de manejarlo todo a su antojo.
Por eso, quienes estamos convencidos de la necesidad de un cambio, quienes estamos dispuestos a pagar el precio de abandonar algunas de las comodidades a las que estamos acostumbrados, estamos empezando a pensar alternativas viables y comenzando a introducirlas en la práctica.
Tenemos que comenzar entre todos y todas, a construir las bases de una civilización diferente, fundamentada en el uso sostenible de los recursos naturales, que pueda ofrecer respuestas a las necesidades de los pueblos, incluyendo a todas las culturas, saberes, filosofías y religiones, para que cada una ofrezca su aporte propio a la construcción social nueva.Este proceso, hace años ya que se está desarrollando y sobre él apoyamos muchas de nuestras esperanzas de que un mundo mejor, es posible.
Nos reencontramos la próxima semana, con una nueva entrega de esta publicación.
Ricardo Natalichio
Director de EcoPortal.net
rdnatali@ecoportal.net
www.ecoportal.net
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