lunes, 28 de junio de 2010

CARLOS DONOSO: PIONERO EN LA AGROECOLOGÍA

El hombre y la tierra rural


El Becerril, en la Sierra Gata, es una granja de alimentos ecológicos y agroturismo, que se inició en los años 80 y que se ha convertido en una de las fincas más eficientes y equilibradas en producción ecológica de Extremadura. La combinación de ganado, árboles frutales, bosque, colmenas, zonas productivas y silvestres, permiten cerrar los ciclos ecológicos y que la finca en su conjunto sea un modelo de gestión integral.

Un colono es aquel que va más allá de la frontera, que se aventura en una tierra nueva. Los colonos tienen esta dimensión de viaje a la novedad, de esfuerzo por levantar una morada en un lugar apartado de lo convencional. Muchas personas sienten una especial atracción por estos pioneros, por quienes se instalan sobre el lienzo duro y fértil de una tierra de labranza. En los tiempos actuales, a esos colonos ya no se les necesita en territorios lejanos; ahora ser un nuevo colono es regresar al pueblo, retornar a las huertas abandonadas de las fincas de nuestros campesinos. Pensemos que en las últimas décadas, se han abandonado unos dos millones y medio de hectáreas agrícolas en España, y que la población agrícola ha pasado del 47% en los años 60 al 7% en la actualidad. Por todo esto decimos que la última frontera empieza más allá del perímetro de las ciudades y que, para muchos, este breve desplazamiento marca un cambio radical. En este impulso de regreso al campo uno se encuentra con auténticas historias humanas. Todos los que habitan en este intento, tienen algo en común: la llamada a la faena al aire libre, la constancia y el esfuerzo como gobierno personal, y un sentido empírico de lo que da frutos, y por tanto se cultiva, y de lo que es solo parloteo y fantasía, y que se aprende a separar, como se separa la paja del trigo. El campo es para esto un maestro impecable.

Hemos visitado a uno de estos pioneros, que en los años 80 empezaron con la agricultura ecológica: «En los años 80 se inició la agricultura ecológica en Extremadura, y nos reuníamos en una mesa siete personas; ahora hay más de siete mil». Así nos lo cuenta Carlos Donoso. En aquellos años, que coinciden con los de la movida madrileña, muchas personas, en vez de perderse en los laberintos de la nocturnidad urbana, se incorporaron al proyecto de vivir en la naturaleza. Son los años del nacimiento de publicaciones emblemáticas como la revista Integral, que pretendía dar voz a este deseo compartido por una vida natural. La vida y trayectoria de Carlos Donoso es en parte la crónica de aquellos sueños: «En aquella época, vivir en el campo era una posibilidad soñada y teórica; nos decidimos a pasar a la práctica y con los dineros de una publicación para Integral, compramos en Acebo la primera finca. Así dejé de vivir en una ciudad muy industrial, como es Baracaldo y dejé la actividad como ecologista intelectual para tocar tierra». La publicación que menciona Carlos Donoso era un manual para la supervivencia. De aquellos que iniciaron el proyecto, pocos sobrevivieron a las exigencias de realismo y trabajo que el campo necesita.

Como era propio en aquella época, el proyecto de agroecología tenía también una parte social y de proyecto compartido, pero el tiempo, la tierra y las pasiones humanas pasaron su trilla, y al final Carlos Donoso y su pareja son los que hicieron real el proyecto: «En un principio nos planteamos un modelo de vida autosuficiente muy radical, pero si quieres generar proyectos más profesionales, necesitas hacer inversiones y poco a poco fuimos incrementando las líneas de producción. Compramos más fincas con bosque, para dar más riqueza a la finca, luego nos metimos con el kiwi, que fue un experimento piloto, dado que en esta zona nadie los cultivaba. Con el tiempo se convirtió en una plantación profesional, con mercado en España y países europeos, haciendo nuestra propia marca y envasando».

La finca El Becerril es un modelo muy eficiente y productivo de lo que se denomina multifuncionalidad: «En vez de quedarnos con lo cómodo, con lo que funciona bien, seguimos experimentado. A mí siempre me ha gustado la diversificación y esto se ha convertido en el sello del Becerril».

Además de kiwis, tienen kakis, todo tipo de frutales, miel, polen, vacas, caballos, casa rural y hasta un invernadero --su último proyecto-- donde están cultivando plantas tropicales. Todo el proyecto es ecológico y en este sentido es una de las referencias más importantes de Extremadura; por su finca pasan muchas personas que se instalan por la zona. El que conoce a Carlos Donoso no sólo va a preguntarle sobre plantas y animales, sino sobre turbinas, hidrogeneradores, placas solares, vehículos eléctricos, técnicas y materiales de construcción, dado que toda la finca es un catálogo de todas estas posibilidades: «Aprender es para mí un reto y además una necesidad; cuando vives en una finca, tienes que saber un poco de todo para poder vivir sin dependencias excesivas». Le preguntamos si no sería mejor especializarse en un producto y nos contesta: «Están las dos opciones; una de ellas es la del que se pone a piñón fijo en una actividad o un producto y se hace un especialista; pero, en mi opinión, así se pierde la riqueza de las pequeñas cosas y la satisfacción de proponerse nuevas líneas de trabajo. Al final es una elección y yo he preferido saber un poco de todo a saber mucho de una cosa».

Después de más de veintisiete años de trabajar una finca, con una cosecha que se distribuye por Europa, y con clientes que vienen a sus casas rurales de todos los rincones, nos parece que es el mejor orientador para preguntarle si la opción de vivir en el campo es viable: «Nosotros somos un poco espejo para aquellos que quieren vivir en el campo. Ahora bien, hay que ser realista, vivir en el campo exige constancia y voluntad. Además en el campo uno es su propio jefe y esto hay que aprenderlo uno solo, no hay cursos para aprender estas nociones».

Si uno se pasea por la finca y recorre sus plantaciones, sus construcciones, sus instalaciones e inventos --porque además es inventor--, se detiene a contemplar el agua de sus arroyos con su fresca inquietud, el paso lento de las vacas, los pájaros que son los nativos más felices y abundantes de la Sierra de Gata, el bosque que vigila los linderos con su sombra. En definitiva, si uno contempla lo que es la labor hecha por las manos del hombre, y lo que la naturaleza aporta en su abundancia y generosidad, se comprende que el mejor pacto es el que se realiza con la tierra, que es la única socia que te da más a cambio de menos.

«Las plantas te dicen lo que quieren y lo que necesitan. El aprendizaje es de observación directa. Hay que aprender a ver y aprender a aprender». Estos consejos nacen de la tarea cíclica de la plantación y la cosecha, del alma de una persona que se agacha en el suelo para descubrir sus costumbres, o se eleva entre las ramas para alentar los frutos.

Cuando partía hacia la cancela, para volver a mi casa, le pregunté a este colono de lo rural, sobre sus proyectos futuros y con una sonrisa aguda de hombre de campo me dijo: «Ahora mismo lo más importante es mantener todo lo que está en marcha. Y esto es lo más difícil, se debe mantener y mejorar la finca». Esto es también el hombre, una tarea que no termina y una realidad que hay que mantener en el presente, y esto mismo debería de ser nuestra actitud con la naturaleza; un esfuerzo sosegado y constante por mejorar y mejorarnos.

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