viernes, 20 de diciembre de 2013

Por qué necesitamos una eco-revolución, de Naomi Klein en SinPermiso


OPINIÓN
En diciembre de 2012, un investigador de sistemas complejos con el pelo teñido de rosa, Brad Werner, se abrió camino entre una multitud de 24.000 geólogos y astrónomos en el Congreso de otoño de la Unión Geofísica Americana que se celebra cada año en San Francisco. Las conferencias de este año acogían participantes de renombre, desde Ed Stone, del proyecto Voyager de la NASA, que explicaba un nuevo hito en el camino hacia el espacio interestelar, hasta el director de cine James Cameron, que compartía con los asistentes sus aventuras en batiscafos de profundidad.
Sin embargo, fue la sesión del propio Werner la que levantó más controversia. Tenía por título “¿Está la tierra jodida?” (título completo: “¿Está la tierra jodida? Inutilidad dinámica de la gestión medioambiental y posibilidades de sostenibilidad a través del activismo de acción directa.”).
De pie en la sala de conferencias, el geofísico de la Universidad de California en San Diego, mostró a la gente el avanzado modelo informático que estaba usando para responder a dicha pregunta. Habló de los límites del sistema, de perturbaciones, disipaciones, puntos de atracción, bifurcaciones y de un puñado de muchas otras cosas que son tan difíciles de comprender para quienes somos legos en la teoría de los sistemas complejos. No obstante, el tema de fondo estaba más que claro: el capitalismo global ha hecho que la merma de los recursos sea tan rápida, fácil y libre de barreras que, en respuesta, “los sistemas tierra-humanos” se están volviendo peligrosamente inestables. Cuando un periodista le presionó para que diera una respuesta clara sobre la pregunta “¿estamos jodidos?”, Werner dejó a un lado su jerga para contestar: “más o menos”.
Sin embargo, había una dinámica en el modelo que ofrecía alguna esperanza. Werner lo denominó “resistencia”: movimientos de “gente o grupos de gente” que “adoptan un cierto tipo de dinámicas que no encajan con la cultura capitalista”. Según el resumen de su comunicación, esto incluye “acción directa medioambiental y resistencia proveniente de más allá de la cultura dominante, como las protestas, bloqueos y sabotajes perpetrados por indígenas, trabajadores, anarquistas y otros grupos activistas.”.
Las reuniones científicas serias, normalmente, no implican llamadas a la resistencia política en masa, mucho menos acciones directas y sabotajes. No es que Werner estuviera exactamente convocando estas acciones. Simplemente tomaba nota de que los levantamientos en masa de la gente (en la línea del movimiento abolicionista, de los derechos civiles o del “Ocupa Wall Street”) representan la fuente más probable de “fricción” a la hora de ralentizar una máquina económica que está escapando a todo control. Sabemos que los movimientos sociales del pasado han tenido una “tremenda influencia en… cómo la cultura dominante ha evolucionado”, señaló. Así que es lógico que “si pensamos en el futuro de la tierra, y en el futuro de nuestro acoplamiento al medio ambiente, tenemos que incluir la resistencia como parte de la dinámica.”. Y eso –argumentó Werner-, no es una cuestión de opinión, sino un “verdadero problema de geofísica”.
Muchos científicos se han visto forzados a salir a la calle por los resultados de sus descubrimientos. Físicos, astrónomos, doctores en medicina y biólogos se han situado al frente de movimientos contra las armas nucleares, la energía nuclear, la guerra, la contaminación química y el creacionismo. Así, en noviembre de 2012, la revista Nature publicó un comentario del financiero y filántropo medioambiental Jeremy Grantham, urgiendo a los científicos a unirse a esta tradición y a “ser arrestados si fuera necesario”, porque el cambio climático “no es solo la crisis de vuestras vidas: es también la crisis de la existencia de nuestra especie.”.
No hace falta convencer a algunos científicos. El padrino de la moderna ciencia climática, James Hansen, es un activista formidable que ha sido arrestado alrededor de media docena de veces por su lucha por el cierre de las minas de carbón en las cimas de las montañas y contra los gaseoductos de gas de esquisto (incluso este año dejó su trabajo en la NASA, en parte para tener más tiempo libre para sus campañas). Hace dos años, cuando fui arrestada en las inmediaciones de la Casa Blanca en una acción masiva contra el gaseoducto de gas de esquisto Keystone XL, una de las 166 personas que había sido esposada ese día era un glaciólogo llamado Jason Box, un experto sobre el derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia mundialmente reconocido.
“No podía seguir respetándome a mí mismo si no iba,” dijo Box en aquel momento, añadiendo que “parece que, en este caso, no es suficiente con votar. También necesito ser un ciudadano”.
Es admirable. Pero lo que Werner está haciendo con su modelo es diferente. Él no está diciendo que su investigación le llevara a tomar parte activa contra una política en particular; lo que está diciendo es que su investigación muestra que todo nuestro paradigma económico es un desafío a la estabilidad ecológica. Y, claro está, desafiar este paradigma económico con un movimiento de masas reactivo resulta la mejor baza humana para evitar la catástrofe.
Eso es muy fuerte. Pero no está solo. Werner forma parte de un pequeño pero cada vez más influyente grupo de científicos cuyas investigaciones en el campo de la desestabilización de los sistemas naturales (de los sistemas climáticos, en particular) les está llevando a conclusiones transformativas, incluso revolucionarias, similares. Y para cualquier revolucionario en el armario que alguna vez haya soñado con derrocar el actual orden económico a favor de algún otro que como mínimo no lleve a los pensionistas italianos a colgarse en sus casas, este trabajo debería serle de un especial interés. En gran medida, porque hace que cruzar el abismo entre este cruel sistema y otro nuevo (tal vez, con mucho trabajo, un sistema mejor) no sea ya una mera cuestión de preferencia ideológica, sino más bien de una exigencia para la existencia de nuestra especie en este mundo.
Al frente de este grupo de nuevos científicos revolucionarios se encuentra uno de los máximos expertos en cuestiones climáticas en Gran Bretaña, Kevin Anderson, director adjunto del Centro Tyndall para la Investigación del Cambio Climático, que en muy poco tiempo se ha situado como una de los centros de investigación sobre el clima más importantes en el Reino Unido. Dirigiéndose a todos, desde el Departamento para el Desarrollo Internacional hasta el Ayuntamiento de Manchester, Anderson se ha pasado más de una década popularizando pacientemente los resultados de la ciencia climática más moderna a políticos, economistas y activistas.  En un lenguaje claro y comprensible, ha ofrecido una rigurosa hoja de ruta para la reducción de la emisión de gases contaminantes que persigue frenar el aumento de la temperatura global a menos de 2 grados centígrados, objetivo que la mayoría de los gobiernos consideran imprescindible para evitar la catástrofe.
Sin embargo, en los últimos años, los documentos y las diapositivas de Anderson se han ido haciendo más alarmantes. Con títulos como “El cambio climático: más allá de lo peligroso… Cifras brutales y esperanzas endebles”, señala que las probabilidades de quedarse en algo parecido a unos niveles de temperatura seguros están disminuyendo rápidamente.
Junto con su colega, Alice Bows, experta en control climático en el Centro Tyndall, Anderson señala que hemos perdido tanto tiempo con políticas ambiguas y con tímidos programas climáticos (mientras las emisiones globales crecían sin control), que ahora tenemos que enfrentarnos a recortes tan drásticos que incluso llegan a desafiar la lógica fundamental de priorizar el crecimiento del PIB por encima de todo.
Anderson y Bows informan de que el tan a menudo citado objetivo de reducción a largo plazo (un recorte de más de un 80% de las emisiones de 1990 para el 2050) ha sido fijado por razones de conveniencia política y que no tiene “ninguna base científica”. Esto es debido a que los impactos sobre el clima no provienen de lo que emitamos hoy o mañana, sino del cúmulo de emisiones que se han ido sumando en la atmósfera a lo largo del tiempo. Además, avisan de que centrarse en objetivos de aquí a tres décadas y media –en lugar de enfocarlos hacia lo que podemos hacer para recortar carbono de forma tajante e inmediata- supone un grave riesgo de seguir permitiendo que las emisiones aumenten vertiginosamente en los próximos años, y que de ese modo se superará con creces nuestro “objetivo de carbono” hasta los 2 grados centígrados, y, entrado el siglo, nos encontraremos ante una tesitura imposible de encarar.
Esta es la razón por la que Anderson y Bows argumentan que, si los gobiernos de los países desarrollados se muestran serios a la hora de alcanzar el acordado objetivo internacional de mantener el calentamiento por debajo de los 2 grados centígrados, y siempre que las reducciones vayan a respetar cualquier tipo de principio equitativo –básicamente, que los países que han estado arrojando carbono durante casi dos siglos necesitan recortar sus emisiones antes que los países en los que más de mil millones de personas todavía no tienen electricidad-, entonces, las reducciones deben ser mucho más profundas y tienen que llegar mucho antes.
Incluso disponiendo de una probabilidad de 50/50 de alcanzar el objetivo de los 2 grados (la cual, como ellos y muchos otros avisan, ya implica enfrentarse a una serie de impactos climáticos bastamente dañinos), los países industrializados necesitan empezar a recortar sus emisiones de gases de efecto invernadero alrededor de un 10 por ciento al año. Y deben empezar ya. No obstante, Anderson y Bows dan un paso más, al señalar que este objetivo no puede lograrse con modestas penalizaciones por emisión de carbono o con las soluciones ofrecidas por la tecnología ecológica, normalmente defendidas por las grandes “corporaciones verdes”. Desde luego que estas medidas pueden ayudar, pero no son suficientes: una reducción del 10 por ciento en las emisiones, año tras año, resulta inaudita desde el momento en que empezamos a energizar nuestras economías con carbón.  De hecho, los recortes por encima de un 1 por ciento al año “se han visto históricamente asociadas a recesiones económicas o a crisis políticas”, tal y como indicó el economista Nicholas Stern en su informe de 2006 para el gobierno británico.
Ni siquiera con la desintegración de la Unión Soviética hubo reducciones de tal duración y profundidad (los países soviéticos experimentaron un promedio de reducciones anuales de apenas un 5 por ciento en un período de diez años). Tampoco ocurrieron tras el crack de Wall Street en 2008 (los países ricos experimentaron un descenso de un 7 por ciento de emisión entre 2008 y 2009, pero sus emisiones de  CO2 remontaron fuertemente en 2010, y las emisiones en China y en la India han seguido creciendo). Solo después de la gran crisis de 1929, los Estados Unidos vieron, por ejemplo, como las emisiones descendían durante varios años consecutivos más de un 10 por ciento anual, según los datos históricos del Centro de Análisis e Información de Dióxido de Carbono. Pero esa fue la peor crisis económica de los tiempos modernos.
Si queremos evitar ese tipo de carnicerías a la hora de lograr nuestros objetivos con base científica en las emisiones, la reducción del carbono debe gestionarse con cuidado a través de lo que Anderson y Bows describen como “estrategias de decrecimiento radicales e inmediatas en EEUU, la UE y en otras naciones ricas”. Lo que está muy bien, si no fuera por el hecho de que resulta que tenemos un sistema económico que fetichiza el crecimiento del PIB sobre todo lo demás, sin importar las consecuencias humanas o ecológicas, y en el que la clase política neoliberal hace tiempo que ha rechazado su responsabilidad de gestionar nada (ya que el mercado es el genio invisible a lo que todo debe ser confiado).
Así que lo que Anderson y Bows están realmente diciendo es que todavía queda tiempo para evitar un calentamiento catastrófico, pero no según las reglas del capitalismo tal y como hoy se plantean. Algo que tal vez sea el mejor argumento que jamás hayamos tenido para cambiar esas reglas.
En un ensayo de 2012 aparecido en la influyente revista científica Nature Climate Change, Anderson y Bows lanzaron un guante, acusando a muchos de sus colegas científicos de no ser transparentes a la hora de exponer los cambios que el cambio climático precisa de la humanidad. Vale la pena citarles por extenso: “…a la hora de desarrollar los marcos de emisión de gases, los científicos constantemente subestiman las implicaciones de sus análisis. Cuando se trata de la cuestión de evitar el aumento de los 2 grados centígrados, se traduce “imposible” por “difícil, pero se puede hacer”; “urgente y radical”, por “desafío”: todo para apaciguar al dios de la economía –o, más concretamente, al de las finanzas-. Por ejemplo, para evitar salirse del porcentaje máximo de reducción de emisiones dictado por los economistas, se asumen los anteriores niveles máximos “de forma imposible”, junto con ingenuas nociones de “alta” ingeniería y con las tasas de utilización de infraestructuras bajas en carbón. Y lo más inquietante es que cuanto más menguan los presupuestos sobre emisiones, más se propone la geoingeniería para asegurar que el dictado de los economistas permanezca incuestionable”.
En otras palabras, para aparecer razonable en los círculos económicos neoliberales, los científicos han estado haciendo la vista gorda de manera escandalosa con las consecuencias derivadas de sus investigaciones. Hacia agosto de 2013, Anderson estaba dispuesto a ser incluso más tajante, al escribir que habíamos perdido la oportunidad de cambios graduales. “Tal vez, durante la Cumbre sobre la Tierra de 1992, o incluso en el cambio de milenio, el nivel de los 2 grados centígrados podrían haberse logrado a través de significativos cambios evolutivos en el marco de la hegemonía política y económica existentes. Pero el cambio climático es un asunto acumulativo. Ahora, en 2013, desde nuestras naciones altamente emisoras (post-) industriales nos enfrentamos a un panorama muy diferente. Nuestro constante y colectivo despilfarro de carbono ha desperdiciado toda oportunidad de un “cambio evolutivo” realista para alcanzar nuestro anterior (y más amplio) objetivo los  2 grados. Hoy, después de dos décadas de promesas y mentiras, lo que queda del objetivo de los 2 grados exige un cambio revolucionario de la hegemonía política y económica” (la negrita es suya).
Probablemente no debería sorprendernos que algunos climatólogos estén un poco asustados por las consecuencias radicales de sus propias investigaciones. La mayoría de ellos solo estaban haciendo tranquilamente su trabajo, midiendo núcleos de hielo, elaborando sus modelos de climatología global y estudiando la acidificación de los océanos, hasta llegar a descubrir, tal y como dijo el experto climatólogo australiano Clive Hamilton, que “estaban, sin quererlo, desestabilizando el orden social y político”.
Sin embargo hay mucha gente bien informada de la naturaleza revolucionaria de la climatología. Es la razón por la que algunos gobiernos que han decidido tirar a la basura sus compromisos con el clima para seguir produciendo más carbón han tenido que encontrar maneras todavía más bestias para acallar e intimidar a sus propios científicos. En Gran Bretaña, esta estrategia se está haciendo más patente en el caso de Ian Boyd, el principal consejero científico del Departamento de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales, al escribir hace poco que los científicos deberían evitar “sugerir que políticas son buenas o malas” y que deberían expresar sus puntos de vista “colaborando con asesores oficiales (como yo mismo), y siendo la voz de la razón, más que de la disidente, en el ámbito público”.
Para saber a dónde conduce esto, solo hace falta mirar lo que ocurre en Canadá, donde vivo. El gobierno conservador de Stephen Harper ha hecho un trabajo tan eficaz a la hora de amordazar científicos y cerrar proyectos de investigación críticos que, en julio de 2012, un par de miles de científicos y simpatizantes celebraron un funeral bufo ante el Parlamento en Ottawa, quejándose de “la muerte de la evidencia”. Sus carteles decían: “no hay ciencia, no hay evidencia, no hay verdad.”.
Pero la verdad siempre reluce. El hecho de que el negocio-habitual-de-búsqueda-de beneficios y crecimiento este desestabilizando la vida en la tierra ya no es algo que tengamos que leer en las revistas científicas. Los primeros síntomas se están desplegando ante nuestros ojos. Y el número de personas que están reaccionando también crece a medida que sucede: bloqueando las explotaciones de gas de esquisto en Balcombe, interfiriendo en las perforaciones en el Ártico en aguas rusas (a un tremendo coste personal); llevando a juicio a las compañias de energías bituminosas por violar la soberanía indígena, entre otros muchos incontables actos de resistencia, grandes y pequeños. En el modelo informático de Brad Werner, esta es la “fricción” que se necesita para frenar las fuerzas de desestabilización. El gran activista del clima Bill McKibben lo llama los “anticuerpos” que se producen para luchar contra la “fiebre alta” del planeta.
No es una revolución, pero es un comienzo. Y puede que nos consiga el tiempo suficiente para imaginar una manera de vivir en este planeta que sea claramente menos jodida.
Naomi Klein es autora de La doctrina del shock y No Logo, está trabajando en un libro y una película sobre el poder revolucionario del cambio climático.
Traducción para www.sinpermiso.info: Betsabé García Álvarez

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Agroecología y agroecoalimentación

EL LARGO CAMINO HACIA LA SOBERANÍA ALIMENTARIA


Katherine Fernández Paz *

El modelo económico de libre oferta y demanda nos forma para acceder a la vida desde que nacemos, solo a través de la compra, la vida tiene un precio y aquellas habilidades y métodos para la autogestión de alimentos, ropa, medicinas, juguetes, entretenimiento y otros medios de satisfacción de necesidades, se han ido relegando o quedando en manos de los abuelos, los museos o las bibliotecas.


De esta forma se ha dado paso al posicionamiento de la industria en cada uno de nuestros actos cotidianos, teniendo ella como principal capital la confianza de la gente en sus productos, empezando por la alimentación. No es justo afirmar que la industria se haya desarrollado con la mala intención de dominar el planeta, pero sí podemos asegurar ahora con informes científicos que la industria alimentaria se ha ganado el título de villana de la salud humana y de la naturaleza. Algunos ejemplos:
- La agroindustria tiene como principal mecanismo de producción el monocultivo, que reduce la biodiversidad, pierde las propiedades productivas del suelo, provoca su erosión e introduce a la dinámica productiva en una espiral de consumo creciente de agroquímicos que derivan en cáncer, como el caso del herbicida glifosato, según investigaciones de Andrés Carrasco en Argentina.
- La industria de alimentos transformados utiliza aditivos como por ejemplo el benzoato de sodio para la conservación de mermeladas, refrescos, gaseosas, mayonesas y es muy utilizado en todo el mundo. Actualmente existe una discusión científica entre los parámetros que utilizan la FAO para clasificar los aditivos, que son considerados desactualizados, debido a que investigaciones más recientes encuentran que este elemento es destructor del ADN de las células.
- La política de mercantilizar la tierra ocasiona desplazamientos de comunidades campesinas, ya sea por ocupación, compras voluntarias, condicionadas u obligadas incluso con la fuerza militar. También hay otro factor que deja tierras vulnerables al acaparamiento, se trata de la crisis climática que dificulta la gestión de agua para riego y consumo lo cual deriva en migración de especies, sequía, cambio en el ciclo agrícola, desastres naturales que hacen perder cosechas y consecuentemente migración campesina temporal o permanente que tiene impactos sociales diversos en el área rural por los vacíos que deja y en las ciudades por los asentamientos que, en el caso de Bolivia, han producido un tipo de economía informal muy compleja de medir y cuantificar.
- De esta forma se produce la concentración de tierras en pocas manos, lo cual propicia los monocultivos, un manejo agrícola que requiere un nivel de inversión elevado por los insumos inevitables, la maquinaria pesada y la comercialización con contratos directos de exportación de materia prima.
- La Resolución 970 del Instituto Colombiano Agropecuario prohíbe a los agricultores el almacenamiento de semillas, de acuerdo a la tradición, para obligar a todos a comprar semilla certificada. Esta medida legal favorece a las transnacionales de la semilla y consolida la dependencia ya no solo monetaria, sino también biológica, además expresa concretamente la influencia que tiene la agroindustria transnacional en las políticas nacionales.
Estos serían solo algunos de los factores útiles para analizar el papel de los consumidores, que definen el desenlace económico alimentario al momento de elegir el menú diario, ya sea en la casa o en el restaurant. La acción básica de alimentarse genera el movimiento económico más importante del planeta, cuyo precio no determina la calidad nutricional y proteínica de lo que se obtiene para comer, pero que ya viene determinado por las transnacionales de la semilla, el agroinsumo, la agrotecnología y la comida transformada, que ha llegado a ser considerada chatarra por la ausencia de beneficio para el cuerpo humano. Por lo tanto, la elección de la comida no es un acto privado, porque pone el peso decisivo sobre la balanza del poder global. Si bien es cierto que en la olla se llegan a mezclar tanto producción agroindustrial, como campesina, en la medida en que la gente vaya tomando conciencia de su rol político como consumidor de alimentos, podría desarrollar una política ciudadana que cambie la economía desde la base.
¿Será que alimentarse bien se ha vuelto subversivo?
Si no fuera por el problema de desabastecimiento de alimentos que ha ocasionado la economía de libre mercado y crecimiento ilimitado, que también es responsable de la crisis climática, ahora no pretenderíamos cuestionar la libertad de cada persona de elegir lo que desea comer. Pero la cultura del consumo que indica que vivimos para comprar y no a la inversa, influye también en la elección alimentaria de acuerdo a modas diseñadas para competir, y la competencia se da – con todas sus variaciones - entre el producto campesino y el de la industria, donde ésta ha logrado confeccionar inclusive la escala de estatus vertical que clasifica a la sociedad en nuevas formas de pobreza y riqueza ya que la comida sana es más cara en países primermundistas y a su vez la comida industrial es más cara en países pobres, donde el que más plata tiene suele alimentarse de la peor manera. Una cultura alimentaria integral, que sería la principal riqueza ahora, no siempre es propia de quien tiene más dinero.
Es así que en la escala de estatus, están plasmados los peldaños alimentarios no por contenido nutricional y proteínico sino por la imagen del producto transformado que estimula los sentidos desde su superficie, es decir, envase y publicidad, seguidos por la marca, que es una construcción mercantil gracias a la cual los precios de los alimentos en la bolsa de valores se especulan hasta por el color o el peinado perfecto de la modelo que lo muestra, pasando a segundo plano la calidad del alimento. Entonces tenemos que la industria ofrece alimentos buenos o malos, sin garantía. Si comparamos la publicidad de la industria, con la propaganda de los ministerios de salud, cuando recomiendan lavar las verduras, las frutas, hervir el agua para beber, lavarse las manos, etc. el resultado final es que sabemos cómo comer frutas o verduras frescas pero no tenemos la misma información sobre la comida industrial, los envases hablan de componentes que no conocemos, en vano se logra el etiquetado, en términos reales no informa.
La alimentación es un proceso complejo y cíclico, pero el panorama anterior corresponde a una forma de pensar lineal que empieza y termina, es decir, se produce, se come, se asimila y se desecha y lo que pasará al día siguiente es todo nuevo. No analizamos por ejemplo cuántas veces ha transitado por nuestro cuerpo la misma agua, que a su vez ha pasado por otros cuerpos animales y vegetales una y otra vez durante eras.
Todo lo que comemos vuelve a la tierra y al agua, por lo tanto comer no es una acción íntima, individual, privada, sino que se relaciona con todo el contexto en el que vivimos y por lo tanto impacta en él, ya sea que le da continuidad vital o que lo contamina.
En tiempos de crisis hídrica por el calentamiento global, la gestión del agua y la tierra para producir alimentos es una responsabilidad de cada persona. En las urbes pensamos que al pagar la factura mensual del agua estamos asegurándonos agua, pero no es así. La gestión del agua es una acción que va desde lo más íntimo hasta lo colectivo, si contamino mi cuerpo con comida tóxica, contamino todo el sistema hídrico planetario de donde el agua volverá a mí una y otra vez, pasando por la tierra que también contaminaré.
Analogía
Según Miguel Altieri, un monocultivo ocasiona la pérdida de biodiversidad, lo cual reduce la capacidad de la planta monocultivada para defenderse de plagas de manera natural por lo que su desarrollo depende de la aplicación de agroquímica permanente, además de que sus propiedades alimentarias también son reducidas en comparación con las de una planta cultivada de manera tradicional. En el caso del cuerpo humano, la diversidad alimentaria fortalece la estructura celular con defensas y disminuye las posibilidades de que las células cancerígenas proliferen hasta conformar tumores. El fenómeno social que ha provocado el monocultivo, es la tendencia creciente al monoconsumo, es decir, que estamos perdiendo la diversidad mínimamente necesaria. El metabolismo en la naturaleza continúa en nuestros cuerpos, el tejido humano se regenera con la vegetación, entonces el monocultivo y el monoconsumo aumentan las vulnerabilidades de la tierra y de nuestro cuerpo ante enfermedades e incapacidades.
Agroecoalimentación
Ante la incertidumbre y desconfianza sobre lo que estamos comiendo, adoptar una política alimentaria desde el desayuno hasta la cena es una respuesta real y al alcance de la gente, de esta forma alimentarse puede llegar a ser un acto revolucionario que nos libere, aprender a cultivar, destinar espacios propios para producir algunas cosas. Pero la mayoría que vive en la ciudad sin acceso a porciones de tierra, tiene el rol de consumidor crucial para fortalecer al campesinado exigiéndole que produzca según la ciencia tradicional. Además está la transformación casera de los alimentos, no solo cocinarlos, sino aprender a acopiarlos para las etapas de escases si fuera necesario, con técnicas como la deshidratación natural, el cocido a punto o la fermentación, que son procesos que ayudan a guardar carnes por más tiempo, procesar frutas y verduras para conservar sus propiedades nutritivas y poder acopiarlas cuando los precios están bajos, disfrutar de licores y jarabes con su propio azúcar, poder congelar la comida del día para recalentarla sin temores, algo contrario a las prohibiciones a que nos acostumbraron las indicaciones de las cajas de precocidos.
Recientes datos de la FAO indican que 1300 millones de toneladas de comida son desperdiciadas al año, esta cantidad corresponde a una sobreproducción que solo puede ser resultado de la velocidad industrial que desequilibra el ciclo natural de la tierra. Si como compradores estamos dispuestos a estimular esta cadena productiva devastadora, no existirá freno a los desequilibrios ecológicos, porque esta cadena tiene un final.
La agroecología como la única salvación de los suelos fértiles, no está completa sin la agroecoalimentación, que es la demanda creciente de comida ecológica, equilibrada y libre dentro de un ciclo regenerativo, que no tiene fin porque es un círculo de elementos no una línea recta que termina en el desecho.
* Periodista de la Asociación Inti Illimani, Cocinas solares, La Paz-Bolivia 2013
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viernes, 29 de noviembre de 2013

Agroecología, vida sana


Viriato FernándezDesde los siete años ya “guataqueaba” el campo. Andaba junto a sus hermanos detrás de su padre aprendiendo los secretos de la tierra. Todavía la impronta de aquella época permanece en Viriato Fernández Ochoa, que a sus 78 años continúa la tradición en sus cultivos.
Es un hombre serio, de mediana estatura. La marca del paso del tiempo es más evidente en su rostro, no así en su espíritu que lo hace andar con ligereza por los campos y sin horarios fijos para el descanso. Le apasiona la vida campesina y recuerda con agrado los años de su niñez cuando “no había tantas plagas y el azadón era lo mejor para mantener limpia la tierra”, como él mismo refirió.
En un barrio llamado Santa Elena, en la localidad de San Andrés, del municipio de Holguín, tiene Viriato sus tesoros: finca, hogar y familia. Su esposa Julia Abella lo cuida como a un niño y le ayuda en los quehaceres menos engorrosos. Su principal tarea es atender y conservar el jardín medicinal.
También, su hijo Frank, de 30 años le secunda en sus labores. Estudió Ingeniería en Agronomía y ahora pone en práctica los conocimientos científicos unido a la experiencia de su padre, que además hizo el técnico medio en la materia.
Viriato tiene un poco más de tres hectáreas de tierra dedicadas a cultivos varios, en la que prevalecen diferentes frutas, algunas en experimento a partir de una variedad de semillas de guayaba, a sugerencia del Grupo Nacional de la Agricultura urbana y suburbana. También viandas, hortalizas, granos en menor escala, alimento animal y ahora retoma el cultivo de tabaco.
Recorrer las áreas sembradas de este productor llena de vida y deseos de hacer. Se visualiza armonía. Todo muy ordenado y limpio. El área del cultivo de tabaco reverdece. Pero lo mejor es que Viriato trata de cuidar la herencia que dejó su papá y evita el uso desmedido de químicos para mantener las siembras y obtener mejores cosechas.
Y es que producir alimentos a un menor costo y más sanos es el propósito de los campesinos holguineros, pues no es menos cierto que el uso indiscriminado de plaguicidas e insecticidas causan efectos nocivos a la salud, además del alto costo que representa su adquisición, máxime si se busca en el mercado subterráneo, donde, según refieren los productores, un pequeño frasco llega a costar hasta más de mil pesos.
La tierra rendiría mejores frutos si se practican técnicas orgánicas o agroecológicas, además de aliviar los bolsillos, se evitaría el uso indiscriminado de los suelos, faltos de sustrato muchas veces por la alta explotación y el poco cuidado.
En tiempos donde la producción de alimentos cobra alta importancia en el mundo entero, y en particular en nuestro país, urge entonces fomentar vías o modos de producción agrícola en los que se elimine o se reduzca la utilización de químicos sintéticos. Por eso, para Viriato es vital hacer un manejo eficiente de los recursos que la naturaleza pone en sus manos y mantiene prácticas agroecológicas que le permiten contrarrestar la explotación que ha dado a su finca.
“Tengo intercalamiento de cultivos, sobre todo en los platanales y guayabales en los que aprovecho el espacio con jíquima y caña, aunque se pueden usar otros, pues además evita el desplazamiento del suelo, de igual modo sembré yuca de sagú, como barreras de retención. Además, uso medios biológicos para mantener el control de las plagas, utilizo el árbol del Nim y la tabaquina”, explica Viriato.
Y mientras tanto muestra los cultivos de tomate, el tabaco que ya denota hermosas hojas saludables, los plátanos frutas del tipo manzano, especie casi extinguida, las guayabas en experimento, el mango de injerto y habla de las siete variedades de cítrico que tiene en su finca con el orgullo de quien ha llevado adelante una obra con importantes resultados.
Aunque muchas veces se ve afectado por la falta de riego hace lo posible por cumplir con los compromisos de su cooperativa. Así tiene previsto la entrega de maíz, fongo y frijol soya.
Como Viriato, hay muchos productores agroecológicos con interesantes experiencias. En la CCS Calixto García del municipio de Holguín, Rubisnel Reyes cultiva, entre otras cosas, la col, vegetal difícil porque es muy atacado por plagas, pero él utiliza un producto que se elabora en LABIOFAM nombrado microorganismos eficientes con buenos resultados en su aplicación hasta el momento. También tiene otras practicas como las barreras de cultivo.
Lo cierto es que si todos los productores apostaran por una agricultura menos química y sí más natural, se obtendrían cosechas más sanas con menos riesgos para la salud.

martes, 1 de octubre de 2013

Agroecología; Alimentación Sana, cuerpo saludable


Separador
¿Y por qué agroecología Porque además de cultivar sin venenos, es biodiverso, con poco uso de maquinarias, imitando bastante a lo natural y respetando suelo, aire, agua y ambiente en general. No es consumidor de energía y se acerca a lo sustentable, reciclando humedad y fertilidad.
 
ALGO DE HISTORIA
Los humanos nacimos como recolectores, siguiendo a los animales y especies que nos precedieron. Nuestro cuerpo y sus mecanismos de absorción de alimentos, se fueron formando en millones de años. Desde el advenimiento de la agricultura, su industrialización y los tratamientos, transformaciones y agregados, fueron cambiando sustancialmente los alimentos. Cambios que no se pudieron dar en nuestros cuerpos. Que tiene capacidad para hacerlo, pero los tiempos no son los mismos. Millones son los años que la naturaleza nos fue construyendo y millones de años necesitamos para cambiarlos.
Estas dificultades a la adaptación a los “nuevos alimentos”, tiene su precio, que muchas veces se llama enfermedad, que podemos definir como señal de desacuerdo de nuestro cuerpo, cuando le imponemos comidas inadecuadas.
PRELIMINARES:
La Oficina Panamericana de Salud (OPS) aconseja, para nuestros países, una dieta a base de frutas y verduras principalmente, además de cereales integrales y leguminosas (granos que vienen en vainas). La carne, la proteína animal en general, como complemento y teniendo en cuenta los factores culturales, históricos etc.
La agricultura industrial ha introducido el uso indiscriminado de diversos químicos. Los mismos, agregado al uso de maquinarias , ha permitido la producción de alimentos a gran escala, pero con alto costo para la salud del ecosistema y por ende del hombre. El reemplazo del agricultor por la máquina, produjo, y sigue produciendo, desarraigo, pobreza y violencia, entre otros tantos males. Además de quitarle el contacto y la relación con la tierra, de las personas, quita a los alimentos de la carga espiritual y energética que aquellos le confieren.
La agricultura industrial nos aleja a todos de la naturaleza, no nos permite sentirnos parte. Con las consiguientes consecuencias negativas para los humanos.
La madre naturaleza y la madre tierra, la pachamama, nos muestran un modelo natural, biodiverso, como toda la vida del Planeta. Gaia es un ser vivo que incluye a la tierra y a todas sus envolturas atmosféricas, hasta el límite con el Universo. Su autorregulación en temperatura, clima, humedad, tenor de oxígeno y otros elementos de vida, se fueron armonizando con los millones de años de existencia, pero que en poco tiempo, el humano lo puso en riesgo. Puso el lucro por encima de la vida y el futuro.
El monocultivo es sinónimo de plagas, de deterioro de suelos, del uso de agroquímicos, muchos de ellos tóxicos, verdaderos venenos, para toda forma de vida. Nuestras defensas naturales, nuestra calidad de vida se deteriora y la enfermedad es su resultado. Cuando perdemos la salud, perdemos la libertad.
El monocultivo no es sustentable, irrespeta lo natural, lo armónico e hipoteca el futuro.
LAS PLAGAS, CONSUMIDOR FINAL:
Los venenos que pueblan el ambiente, aire, agua, plantas, animales, son ingeridos por nosotros, o penetran en la sangre por la respiración o la piel. Somos los consumidores finales. En todos los casos, por ser sustancias desconocidas, extrañas y dañinas al cuerpo, no circulan en sangre, ni se metabolizan ni pueden eliminarse. Entonces se van depositando en los tejidos, principalmente en el tejido graso, del sistema nervioso central, cerebro, cerebelo etc., por ser sustancias liposolubles. Por lo mismo que no hay dosis tolerables. Lo de hoy se agrega a los de ayer y de mañana. Mientras fabricamos venenos, terminarán en nosotros. Y cuando nos morimos, las lluvias llevarán los venenos a las napas y volverán a los consumidores finales.
El daño a la salud es incalculable y desconocido, ya que no hay métodos para el diagnóstico ni menos para eliminarlos. Enfermedades variadas, desde las nerviosas, como cambios de conductas, depresiones, hasta las más graves. Claro que los que fumigan o están cerca de las fuentes de venenos, son los más perjudicados.
¿Y POR QUÉ AGROECOLOGÍA?
Porque además de cultivar sin venenos, es biodiverso, con poco uso de maquinarias, imitando bastante a lo natural y respetando suelo, aire, agua y ambiente en general.
No es consumidor de energía y se acerca a lo sustentable, reciclando humedad y fertilidad.
ALIMENTACIÓN SALUDABLE:
NO SOLO SATISFACER EL HAMBRE, DEBEMOS AYUDAR LAS DEFENSAS, CON EL APORTE DE VITAMINAS Y MINERALES NECESARIOS.
 
Vita es vida y la vitamina se obtiene de los vegetales y frutas frescas. Y mejor si son vecinas, si no deben trasladarse, si se consumen poco tiempo después de cosecharse. Entonces, además de guardar su vitalidad, nos resultan familiares, porque se nutren del agua que tomamos nosotros, del suelo que pisamos, el aire que respiramos y el sol que nos energiza.
Por eso, los que conocemos estos principios, defendemos las Ferias Francas de Misiones. Sabiendo que los colonos que venden los productos, han recibido capacitación agroecológica.
La Agroecología como fuente de alimentos sanos, que preservan la salud y evitan enfermedades. Alimentos que además funcionan como plantas para la salud, que así se comportan las plantas medicinales, ayudando a mantener la salud, a contagiarla.
Muchas plantas silvestres cumplen los dos principales objetivos, alimentarnos y sanarnos. Por ejemplo la verdolaga, lengua de vaca, llantén, diente de león y tantos amargones etc. Los productos agroecológicos son similares.
El agricultor, cuando respeta el suelo, el agua, el ambiente, se respeta y nos esta respetando a todos nosotros. El alimento cultivado con amor, con actitudes positivas, transmite carga positiva al que lo consume. Alimenta al cuerpo y al alma, nos ayuda a relacionarnos mejor con la naturaleza, entre nosotros, con la Creación.
LOS LÍQUIDOS:
Sabemos que luego del destete, los mamíferos, entre ellos nosotros, los humanos, no digerimos la leche. El yogurt y el queso tienen una digestión previa y los podemos asimilar. Pero como toda proteína animal, poco y nada nos favorece. Descritas hay un sinnúmero de enfermedades por consumir estos alimentos. Nos aportan grasa, y no de la buena.
Siempre nombro a la vaca, como ejemplo. Ella consume solamente el pasto y produce proteínas, calcio, hierro etc., en buenas cantidades. Por ser mamíferos, tenemos un metabolismo similar, fabricamos proteínas, desde alimentos que no los contienen.
El consumo de gaseosas se ha hecho masivo. Poco se habla y se publica, de los prejuicios que produce. El Modelo tiene que funcionar, a pesar de nuestra salud. O mejor dicho, a pesar de la falta de salud.
Cosa parecida ocurre con el agua envasada, que para que llegue a nuestra mesa, necesita agregados de antibióticos, o similares.
AGUA QUE NO HAS DE BEBER, DÉJALA CORRER
AGRICULTURA SUSTENTABLE:
Sigue el principio que habla del mandato que nos da Dios, la naturaleza, de cuidar el patrimonio natural, de tal forma que sirva para las generaciones venideras. Cuidar de lo que recibimos de nuestros padres-abuelos, para que puedan utilizarlo hijos-nietos etc.
Los Pueblos Originarios son ejemplo de sustentabilidad. Cada vez que laboran el suelo, usan el agua, las plantas etc., están pensando en siete o nueve generaciones. Es también una forma de resurrección, de dar continuidad a la vida, que justamente tiene que ver con su definición: Vida como movimiento, cambio, transformación. Es responsabilidad de la agroecología, de la agricultura sustentable, de hacer los aportes necesarios, para que las trasformaciones, los cambios, se hagan a favor y no en contra de la salud, la vida y el futuro.
CULTIVOS, CULTURA:
La mal llamada revolución verde o agricultura industrial cambió mucho hábitos alimenticios y otros, influyendo y unificando las culturas de los pueblos. Si cultivo y cultura tienen la misma raíz lenguística, debemos entender la influencia de uno sobre el otro. Perdimos muchos elementos culturales, por imposición de los países dominantes, como perdimos cultivos tradicionales y los cambiamos por los que necesitan los mismos países poderosos. La soja y el pino son buenos ejemplos. La agroecología tiene los instrumentos a su alcance, para la recuperación de cultivos y de la cultura que nos pertenece. Retomar cultivos es un elemento liberador. Ecoportal.net
* Juan Yahdjian, médico, miembro de JUPIC (Justicia y Paz e Integración de la Creación) del Espacio Ecuménico, de la RAOM (Red de Agricultura Orgánica de Misiones), integrante del MSM (Movimiento Social Misionero)y del MOSIP (Movimiento por la Solidaridad e Integración de los Pueblos) 



miércoles, 21 de agosto de 2013

De la ciudad al campo, buscando una vida sostenible


21/08/13 Por Marta González Borraz
 
La calidad de vida, el desarrollo sostenible y los proyectos de colaboración en el campo han provocado un nuevo éxodo rural con una visión renovada y moderna. El campo se ha convertido en un espacio atrayente para estos pioneros del regreso al mundo rural. Son personas cualificadas y con experiencia laboral que pretenden aplicar sus conocimientos y nuevas tecnologías a negocios viables que respeten el medioambiente.
Cada día más personas abandonan la ciudad para rehacer su vida en el campo. Se trata de hombres, mujeres e incluso familias enteras que buscan vivir de una forma más sostenible. Son los protagonistas del llamado "éxodo urbano", un fenómeno que se ha incrementado con la crisis económica en España y que se erige como alternativa a un modo de vida hasta ahora gobernado por el consumo desmedido, la contaminación y las prisas.



En la actualidad la población rural constituye menos del 20% del total, a pesar de que el campo ocupa el 90% del territorio. La emigración de gente del campo a la ciudad, sobre todo en las últimas décadas, dejó a las aldeas y pueblos de España casi deshabitados. Sin embargo, ahora esta tendencia se ha invertido debido, entre otros motivos, a los altos índices de desempleo y a la búsqueda de una vida en contacto con la naturaleza.
El campo se ha convertido en un espacio atrayente para estos pioneros del regreso al mundo rural. Son personas cualificadas y con experiencia laboral que pretenden aplicar sus conocimientos y nuevas tecnologías a negocios viables que respeten el medioambiente. Es el caso de Marta, una joven ingeniera desempleada que se fue de la ciudad para trabajar en una pequeña aldea asturiana que solicitaba un experto en su especialidad de ingeniería agrícola. Juan Luis también decidió llevar a cabo una actividad relacionada con el campo y, tras 20 años dedicados a la publicidad, compró una quesería en un pueblo cercano a Madrid. Él y su mujer elaboran queso de cabra de una raza de la que quedan pocos ejemplares. Con ello, buscan el mantenimiento de la raza y han situado dos de sus productos entre los mejores quesos de cabra del mundo.
Son personas que muestran cómo se puede vivir lejos de las ciudades y desarrollar negocios exitosos y sostenibles. Este es el objetivo de Juan Antonio Valladares, licenciado y doctor en Biología que regresó al campo para ser ganadero. Afirma que, para él, lo importante es "dignificar al campesinado y fijar población en las áreas rurales". Se dedica al ganado ecológico y es impulsor de una asociación que promueve el desarrollo rural llamada Foro Asturias Sostenible (FAS). Esta red de pequeños productores locales está comprometida con la conservación de la naturaleza y con el comercio justo. Favorecen el mantenimiento y la explotación del medio agrario, siempre mediante técnicas tradicionales y ecológicas, y fomentan el consumo responsable. Para ello el productor fija un precio acorde a sus gastos y su trabajo, que lleva a cabo con pocos animales bien cuidados y que origina productos de alta calidad. Además el FAS mantiene una red de consumidores comprometidos que se organizan para adquirir los alimentos de forma que no hacen falta intermediarios.

Repoblar las zonas rurales es también uno de los objetivos de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, que ha llevado a cabo proyectos de formación y asesoramiento sobre las posibilidades de negocio y la vida en el campo. Para Odile Rodríguez de la Fuente, directora de la Fundación, el nuevo éxodo representa "el camino de vuelta a casa" y afirma que las personas que abandonan el asfalto "impulsados por el entusiasmo y la iniciativa nos demuestran cómo reinventarnos con la gran riqueza de nuestro país: paisajes, alimentos, calidad y cooperación".
Ante la desesperanza que provoca en muchos la situación económica y social que se vive en España, aparece un nuevo escenario en el que surgen cada vez más iniciativas innovadoras. La ciudad ya no es el reflejo del logro ni el campo de la resignación. Ahora el mundo rural simboliza calidad de vida, desarrollo sostenible y colaboración. Ya son muchas las personas que han decidido sumarse a este éxodo inverso, aunque con una visión renovada y moderna. Evidencian así que construir una economía sólida y apostar por la sostenibilidad y el mantenimiento de la naturaleza es posible.

martes, 20 de agosto de 2013

LOS PEQUEÑOS PUEBLOS SON EL FUTURO


Le Monde Diplomatique. Junio 2013. Gustavo Duch
  1. INSPIRACIÓN DE LA ECONOMÍA CAMPESINA
Nací urbanita, crecí globalizado y me formé productivista. Nací en la ciudad y solo los veranos me acercaban al pueblo de los abuelos. Como decía la televisión, mis vacaciones transcurrían en un lugar antiguo y desfasado. Al crecer fui globalizado por una fuerza aspiradora invisible; la cultura de los EEUU a lomos del caballo de John  Wayne ganó todas las batallas y acaparó todos los terrenos de la vida. Los años de la universidad colmaron  mi mente con sustancias abrasivas  como productivismo, efectividad y competitividad. Con este bagaje, la crisis instalada en Europa se presenta como el desmoronamiento de estos mitos; de sopetón y sin vuelta atrás. Los cowboys eran una fabulosa farsa.
Si los mitos nos han llevado hasta donde estamos, puede que sea el momento de plantear los anti-mitos  ¿Es posible aparcar la efectividad para que circule la afectividad? ¿Cerramos los espacios de competitividad y abrimos puertas de cooperación? Y la pregunta clave, la ruralidad y su cultura -considerada un atraso- ¿guarda en sus esencias verdaderos adelantos?
Observando muchas experiencias  campesinas (algunas de nueva hornada, otras presentes en pueblos y personas que resistieron defendiendo su cultura), se distinguen  algunos elementos centrales y comunes que pueden ser inspiradores para construir nuevos modelos económicos más allá del actual capitalismo neoliberal:
  1. Frente a una economía de escala global, donde el precio del pan de Mozambique se decide en las bolsas de Chicago según lo que un instrumento financiero desee ganar, las economías campesinas se ejercen en espacios reducidos, sin salir muy lejos de los propios pueblos. Planteadas a escala local se asegura que sus impactos se viertan sobre el propio territorio, como primer paso para garantizarle autonomía. Una forma de hacer que nos indica la importancia de  ‘relocalizar la economía’ generando  células completas donde la vida se vive y se reproduce.
  2. Si en el actual delirio, el 90% de la economía es financiera por sólo un 10% de economía  productiva, ¿no debe el sector primario con una economía tangible (y comestible) volver a ser, como su nombre indica, prioritario? En cualquier economía campesina el ingrediente principal han sido siempre las propias actividades agropecuarias dirigidas a la producción de un bien fundamental, la comida. Además, para los países industrializados donde el campesinado no alcanza ni el 5% de la población activa, impulsar el sector primario supondría generación de empleo, equilibrio económico y menos dependencia agrícola de un mercado global disparatado.
  3. Otra de las dificultades del  modelo económico reinante es la falta de diversificación. Todos los huevos se ponen en cesto de la construcción o del turismo, por ejemplo. En la agricultura capitalista ocurre miméticamente lo mismo, se apuesta por monocultivos que producen bienes para una cadena de montaje fuera de control. En cambio, las economías campesinas que han sabido perdurar en el tiempo se diseñan en paisajes de policultivos, buscando una buena diversificación productiva, generando resiliencia y seguridad. Tomemos nota.
  4. En una comunidad o familia campesina, las actividades productivas  buscan prácticas ensambladas a la Naturaleza, de la que se sienten parte. La observan y comprenden para imitarla en sus agroecosistemas, produciendo según sus ritmos. Las bases ecológicas de este modelo económico consiguen resolver el reto de la sostenibilidad: obtener alimentos de la tierra y el agua sin agotar sus capacidades. Frente a economías lineales donde se generan desperdicios y se pierde energía hay que pensar en sistemas que funcionan circularmente, mimetizando los sistemas vivientes, donde nada se desperdicia, donde todos los materiales siguen fluyendo. Lo que se produce hoy será un recurso para mañana ¿Aprenderemos esta lección?
  5. La economía al servicio de la gente gusta de cuantas más manos mejor. Si la economía capitalista y febril renuncia a la mano de obra o bien la esclaviza para sus mejores rendimientos, en las culturas y formas de hacer campesinas ha primado la ocupación de la mano de obra familiar o comunitaria, en condiciones de dignidad. Si en una misma finca campesina se pueden producir más o cultivar más tierras se hace en base a más gente, como una olla con más cocido para alimentar  a más personas.
  6. En el mundo rural, la sabiduría necesaria para que la receta salga sabrosa, ha sido siempre fruto de la observación, la experimentación y del intercambio de ideas y saberes con otras personas y regiones. La varita mágica de los avances tecnológicos que alguna Ciencia ha querido imponer en el campo como la solución a todo, se demuestra que escapa al control de las propias personas y no es más que una fórmula para ejercer el poder.
  7. La cooperación social es un elemento clave a recuperar, como las tradiciones propias de muchos pueblos de compartir el trabajo –levantar una casa, limpiar unos montes u organizar una siembra. La competitividad, que no es propia de estas cocinas, se reduce al juego de cartas en la taberna. Aunque para las mentes colonizadas de capitalismo nos sea difícil de entender, si miramos al medio rural podremos reaprender que la mejor fórmula para la gestión de los recursos naturales, agua, tierra, montes, etc. es la gestión comunal de los mismos.
campesinosY sumadas estas características, apreciamos cómo durante siglos las comunidades rurales de todos los lugares del mundo, con su propia institucionalidad, han ejercido el control de su propia economía y devenir. Han alcanzado autonomía y libertad. Por esta razón cuando el sistema capitalista ha arremetido contra los pueblos campesinos, el grito enarbolado para recuperar el control colectivo de la agricultura es la defensa de la ‘Soberanía Alimentaria’. ¿No es el déficit de la Soberanía de los pueblos uno de los elementos a recuperar en cualquier economía?
Lo urbano, lo productivo y la globalización han llegado al final de su carrera, dopados como esos ciclistas que también fueron mitos a los que rendimos culto. Por eso, aunque no todas las comunidades campesinas, ni toda la historia y experiencia de su economía es perfecta y admirable, tomarlas como referencia de una nueva economía social y solidaria cobra un sentido indiscutible. El gusto por el  buen sabor de recetas comestibles que han pervivido durante muchos miles de años, y sin duda, están pensadas para seguir perdurando.
  1. LOS PUEBLOS PEQUEÑOS TIENEN FUTURO
Al acabar una charla donde mejor o peor intenté trasladar los arriba mencionados valores de la economía campesina, un profesor de filosofía levantó la mano para explicarnos que, estando de acuerdo con el análisis, el primer paso era repensar la Política. Sí, con mayúsculas y en su totalidad, pues hasta el tiempo de la Grecia clásica, dijo, tenemos que retroceder para entender que ya allí se menospreciaron a los pequeños núcleos o pueblos. Política, es la administración de la polis, la ciudad.
Desde luego  si revisamos el papel de la mayoría de administraciones del Estado español, observamos como sus esfuerzos tienen una forma de pensar y actuar radicalmente opuesta a poner en valor al mundo campesino y rural. Bien por causa de una ceguera descomunal, bien por acabar con vestigios de autonomía, en los últimos años se están sucediendo una combinación de leyes, recortes y proyectos claramente dirigidos a finiquitar la vida en los pequeños pueblos.
Los recortes, la medida estrella para capear esta crisis, inciden directamente en muchos ámbitos del día a día de los pequeños pueblos, llegando a limitar o excluir a su población de algunos Derechos Sociales fundamentales. Los cierres de las escuelas rurales en pequeños municipios son una privación del derecho a la educación; y en muchas ocasiones es el trámite final para la defunción de un pueblo. Los recortes en salud que han cerrado muchos pequeños centros sanitarios comarcales o han eliminado servicios de urgencia, obligan a recorrer algunas distancias que, con el déficit de transporte público también recortado, son la diferencia entre una atención a tiempo o no.
La nueva Ley de Ordenación Territorial diseñada para acabar con los modelos de gobernanza local, como los concejos abiertos, especialmente significados por permitir una gestión del territorio por parte de los propios vecinos y vecinas, es otra medida que disfrazada de ‘búsqueda de eficiencia’, conduce al desmantelamiento del mundo rural. El objetivo indisimulado, como ya se está viendo en muchos lugares, es poner a la venta aquellos bienes comunes que estas pequeñas administraciones gestionaban, como los montes públicos y otros espacios naturales.
Pero también los proyectos presentados como grandes soluciones para salir de la crisis son un ataque a los territorios rurales. El ‘fracking’ o la búsqueda mediante perforaciones y fractura de roca para la obtención de gas, si se lleva adelante, será a costa de tierras agrícolas; las intenciones de extraer uranio en Catalunya u oro y plata en Galicia con minas a cielo abierto arrasarían con el patrimonio natural, cultural y paisajístico, contaminando el entorno y poniendo en riesgo la salud de las personas de sus alrededores, es decir, la población que vive en los pueblos; los planos de todos los nuevos megaproyectos del tipo Eurovegas y otras locuras siempre se trazan sobre territorios aptos para la agricultura o la ganadería; o la instalación de cementerios nucleares son algunos ejemplos.
Si a un paciente enfermo, como nuestros pueblos, con décadas de políticas agrarias  al servicio de terratenientes y agroindustria, con altos índices de despoblación y una población muy envejecida, se le acosa con patógenos tan malignos, su futuro es muy complicado. Por eso la propia población de los pueblos en el Estado español se está progresivamente organizando.
Con el lema ‘los pueblos pequeños tienen futuro’, diferentes colectivos rurales unen sus voces indignadas ante estos ataques, pero en un ejercicio re-aprehendido  de Soberanía, da un paso más y detallan y explican a la sociedad sus propias propuestas para defender y cuidar lo más valioso y sensible de los pueblos: la vida.
Cuatro son las líneas definidas en algunos de los encuentros recientemente organizados, a mi parecer todas ellas en sintonía con su propia cultura campesina. Primera, defender el estilo propio de la organización rural, variadas fórmulas participativas de la propia comunidad, por pequeña que sea; a la vez que apostar por lo comunitario en la forma de hacer y de vivir. Segunda, hacer posible una medicina rural con rostro humano, y aprovechar las competencias que da la ley a los municipios para diseñar una atención integral a la sanidad y a la salud. Tercera, hacer del derecho a la educación una praxis liberadora. Y cuarta, un compromiso desde lo colectivo para procurar no un estado del bienestar sino un estado de solidaridad.
La lucha de los pequeños pueblos por asegurarse un futuro nos advierte que los pequeños pueblos, sus modos de vida y convivencia, sus economías y sus culturas, son el futuro.

Un sistema sustentable de vida campesina

Por 
José Antonio Casimiro González*
 
Hacia una cultura
junto a la naturaleza



¿Cuál pudiera ser el mejor camino para soñar con un sistema sustentable de vida campesina?
Lo primero sería asumir una filosofía de vida que permita vivir a plenitud, para comprender cada secreto y entender los errores como asignaturas a vencer, peldaños
de la escalera por donde se puede llegar a la cumbre.
 
Lo máximo sería llegar a un autoabastecimiento de todos los alimentos que más se necesitan para satisfacer los gustos de la familia, y que de todos llegue a sobrar para compartir y obtener aquellos servicios de los cuales ningún ser humano debería prescindir.

Lo anterior es un reto, y dicho así puede parecer algo muy sencillo: lograr todo eso sin apartarse de la sociedad, sin la aplicación de agroquímicos, usando en lo posible las fuentes renovables de energía, obtenidas dentro del propio sistema, la biomasa, la eólica, la hidráulica, la animal, la solar, la espiritual...

No se trata de renunciar al fertilizante, pero este debe ser producto del reciclaje, los abonos verdes y el humus de lombriz; además, interactuando con el sistema de manera que haya mucha diversidad de animales y plantas, que nada sea mucho de lo mismo.

Aprender sobre conservación de alimentos, con conocimientos que permitan aprovecharlos en los momentos picos, cuando sobran, para que adquieran valores en la época en que son escasos.

No generar desechos; hasta los de procedencia humana se tratan en biodigestores o en baños secos; las aguas de la ducha, la batea y el fregadero pueden también ser reutilizadas, y con ellas crear, en los espacios más secos, nichos de plantas que son el deleite de todos porque en el período seco estarán exuberantes.

Hay fortalezas a la mano que aún no hemos incorporado a nuestra cultura, y debemos servirnos de ellas en toda su magnitud, hasta llegar a poseer un sistema agroecológico de permacultura, es decir, todo cultura o cultura permanente. Es una nueva forma de existir en la que el ser humano es una parte del todo; hasta las avispas y los insectos que nos parezcan más insignificantes tienen una gran connotación en el equilibrio ecológico.

Como aficionado a la observación, al unir las experiencias de un evento sobre permacultura con otro de CUBASOLAR, en los que se habla sobre pastos, seguridad alimentaria, agroecología y equidad de género, advierto que todavía faltan temas que para mí son cruciales en la finca agroecológica, para beneficio de toda la población.

Deberíamos priorizar una alimentación autóctona, según lo que se produce en nuestras tierras. Pueden adquirirse pan de trigo, espaguetis y demás productos afines, pero en la opción deben también estar, por interés nacional, varios tipos de panes de maíz, al costo de uno de trigo.

En cualquier finca se podrían fabricar, de forma 100% ecológica, melado de caña, panela y hasta algo muy parecido al azúcar. Claro que ello lleva implícito una asimilación cultural, y una intervención estatal, a la escala de las necesidades, lo que también generaría mucho empleo.

Hay formas científicas de concebir los fogones eficientes, que tan solo por su diseño pueden disminuir el consumo energético tres veces; se puede cocinar con cocinas solares muy sencillas, calentar el agua con el Sol y luego esta misma, ya caliente, usarse para elaborar los frijoles y las viandas, y esto es como producir petróleo, no ahorrarlo.

En un reciente evento de CUBASOLAR, el doctor Luis Bérriz planteaba la ironía de tener tanta energía sobre la casa de cada cual (5 kWh/m²) y no poderla aprovechar: un solo metro cuadrado aporta mucho más que el consumo requerido para cualquier familia.

Aprovechando la oportunidad del debate, lo apoyé ofreciendo un dato del que se habla poco. En cualquier lugar de Cuba caen como promedio más de 1 000 milímetros de lluvia anual. Si en cada metro cuadrado llueve un litro de agua y se toma como promedio
100 m² por vivienda, entonces en cada una caerían todos los años 100 000 litros de agua destilada y clarita, suficientes para usar 273 litros diarios. Es probable que con lo que se ahorraría de jabón y champú para lavar y bañarse, se financiaría la construcción del depósito para el agua, teniendo en cuenta que el agua de lluvia en alguna medida puede sustituir el jabón y el champú.

En algunas casas se construyen locales de más; sin embargo, no se concibe el aljibe. Hemos llegado a casas de familiares, lloviendo, y he oído quejas de que el agua no sirve ni para limpiar porque llega revuelta a la llave, y no tienen una canalita para recoger un poco de la lluvia en un tanque. Es increíble cuánto tenemos y cuán poco sabemos apreciarlo, que no nos lo puede quitar nadie; eso también sería sentido de independencia.

En un sistema agroecológico, bien armonizado en todos los principios éticos y de diseño de la permacultura, puede unirse, por necesidad, la vocación artística del pintor, el artesano, el meteorólogo, el policía, el político y los científicos que estudian el agua, el viento, el Sol y la Tierra, junto a la filosofía, jardinería, pecuaria, arte culinario, sociología, psicología, economía, arquitectura, mecanización, fuentes renovables de energía: por eso hablamos de cultura permanente.

«Si el hombre sirve, la tierra sirve», dice Martí. Es una frase mucho más profunda de lo que parece. ¿Qué hay que hacer para que los hombres y las mujeres sirvan en cada finca? Toda la sociedad sufre cuando esto anda mal; por eso el problema del campo es de todos, tanto o más que de cada pequeño agricultor.

Viví lo que mi familia hizo durante décadas en la finca, lo veía girar todo en torno a un círculo vicioso de lo bebido por lo comido, una cosecha por la otra, nada para la finca y por ningún lado una señal de esperanza para los jóvenes que podrían relevar a los padres.

Estos espacios se fueron quedando para los desaprobados, los que no quisieron estudiar, los inadaptados al progreso de las tecnologías; así durante muchos años. Por tanto, es necesario formular una propuesta diferente al supuesto estigma de la vida en el campo. Las muchachas tienen que ver en el joven agricultor al príncipe azul. Si un día esto se lograra, el sueño de la sociedad crecería más todavía; hoy, por mucho que se ignore, ese es el detalle ¿Cuántos aprobarían de buen gusto que su hija se casara con el vaquero de la cooperativa?

Eso es lo que falta para que los hombres y mujeres sirvan, para entonces soñar con arte agrícola, con un porvenir de soberanía alimentaria y de muchas personas viviendo con dignidad e inteligencia retornando al campo; porque es un lugar para servir, para disfrutar y resolver los problemas más importantes, aunque sea trabajando duro, para orgullo de nuestra sociedad.

Sería bueno crear una nueva esperanza de vida familiar en la finca, donde saber vale mucho, y la agroecología sería, en Cuba, la fórmula para la familia en la finca agroecológica, con los principios de la permacultura.

Durante años, antes de llegar a estas apreciaciones revisé variantes y discursos de investigadores, campesinos y jóvenes, teniendo en cuenta las fuentes renovables de energía, las tecnologías apropiadas y el precio del petróleo, los alimentos, los agroquímicos y las maquinarias.

Todo esto conjugado con lo que es posible, con lo que ha funcionado, con quienes ya lo han hecho, con los pequeños agricultores que poseen 12% de las tierras cultivables y producen la mayor parte de los alimentos cubanos. Esto último fue lo primero que oí decir en el movimiento agroecológico de campesino a campesino, en el 2001.

Considero que se ha perdido un tiempo muy importante para ponérselo todo a la Agroecología. Sé que es una nueva cultura, y me ha costado mucho desprenderme de la que tenía. Ahora comprendo que no hay que tener los campos desprotegidos, que se debe ir al laboreo mínimo y la cosecha del estiércol, que los cultivos no hay que tenerlos tan desyerbados, que la basura es abono y que el Sol es petróleo y materia orgánica regalada.

Es mucho lo que se ha avanzado, pero por todos lados llega la alarma: la naturaleza enseña mucho con los ciclones, las sequías, las intensas lluvias, y ya no acepta descuidos. Cualquiera puede perder su finca en una temporada de lluvia extrema; quinientos millones de años de formación de suelos idos en un gran aguacero por tierras erosionadas y exceso de labores.

Para entrar en este mundo de la agricultura natural, no se puede seguir la filosofía actual de medir los resultados productivos de un sistema, solo teniendo en cuenta los quintales y la cantidad final del fruto obtenido en la cosecha, porque ello sería una burla «diplomática» a la Agroecología.

Dentro de las mil cosas a tener en cuenta, es la parte humana, familiar y social lo que resulta estratégico y aporta independencia. La vía óptima es la seguridad y la soberanía alimentarias, desde nuestras posibilidades, optando por una agricultura de vida donde no se mata, no se contamina y no se empeoran las condiciones, sino que se mejoran, para el bien de todos.

Según se está manifestando el cambio climático, sería estratégico que en cada porción del territorio donde sea posible haya una familia de permacultores como guardianes del ecosistema. Eso sería un oficio bien remunerado, y si, además, se autoabastecen y crean excedentes sin químicos y sin máquinas complicadas, y producen también campesinos para otro futuro, estaríamos cumpliendo los sueños de los mejores cubanos de todos los tiempos.

Creo también que es un compromiso contraído como país: demostrar con una Revolución agroecológica que el ahorro máximo y el consumo mínimo al lado de la naturaleza,
son partes del buen vivir, y que un mundo mejor es posible. Todo está aquí, es solo cuestión de atar algunos cabos sueltos. Lo digo como aficionado de los sueños posibles y como permacultor que vive con su familia en la finca desde hace diecinueve años.
* Agroecólogo y permacultor.
Autor del libro Con la familia en la finca agroecológica.
e-mail: leidic@suss.co.cu

Foto : Derian  Restrepo.   Orgánicos jr   (Jhon Rios) . Aqui en Colombia tambien hay agroecologia y permacultura. Visite la finca en la Ceja - Antioquia .  https://www.facebook.com/jhon.rios.50746?fref=ts